domingo, 29 de mayo de 2016

De rivalidades futbolísticas




Para mis amigos, con quienes discuto siempre de estos matices... Wily e Iván

Rivalidades en el fútbol, hay muchas. Añejas, nuevas, infladas… América/Guadalajara en México (sin olvidar al los equipos norteños: Monterrey y Tigres, al Atlas, también en Guadalajara y contra éste; lo mismo que el Cruz Azul y los Pumas de la UNAM, en varios cruces contra el América…); en Argentina el River Plate/Boca Juniors, en Perú el Alianza de Lima/Universitario de Deportes, en Chile el Colo Colo/Universidad de Chile… En el resto del mundo es igual, el derbi del Cairo es entre el Al-Ahly y Zamalek SC; en Sudáfrica el derbi de Soweto: Orlando Pirates contra Kaizer Chiefs; en Macedonia le dicen clásico “eterno” a la rivalidad entre el Vardar Skopie y el FK Pelister… en Francia hay varios, pero destaca Le Classique París Saint-Germain versus Olympique de Marsella… En Inglaterra hasta están clasificados por zonas, por ejemplo, en el noroeste destaca el Manchester United versus Liverpool; el derbi del oeste de Londres se da entre el Chelsea contra el Fulham…

Y habrá que diferenciar: un clásico es un partido de futbol con mucha historia, tradición y rivalidad, y un derbi es un encuentro entre clubes de la misma ciudad, que además puede ser un clásico, supongo.

A mi me gusta un clásico en particular: el del Barcelona contra el Real Madrid.

En otra publicación, ingenuo probablemente, y quizá tendencioso (pues le voy al Barça), llamé a esa rivalidad como el bien en contra del mal. No es mi intención repetir ese texto, pero después de una liga bien compleja (donde ganó el Barça, además de la Copa del Rey), y de una Champions League que me pareció desangelada al final (y que ganó el equipo madrileño), esta rivalidad me resulta más que evidente. Cito al periódico deportivo AS (evidentemente pro Real Madrid): El lateral (Arbeola), micrófono en mano, recordó el famoso 'contigo empezó todo' de Piqué. El Bernabéu se lanzó: "¡Piqué, cabrón, saluda al campeón!". Un gesto curioso, picarón, pero que no es sino uno de muchos ejemplos de hasta donde se lleva el encono en contra del equipo rival. Ejemplos hay muchos: el mismo Gerad Piqué, defensa central del Barça, en múltiples ocasiones ha hecho comentarios que evidentemente buscan el juego, el fuego verbal, en contra de los madridistas.

No queda sin embargo ahí, en el fondo se trata del equipo de la comunidad autónoma de Cataluña, y el equipo de la capital española, que alberga las sedes del Gobierno, las Cortes Generales, ministerios, instituciones y organismos asociados, así como la residencia oficial de los reyes de España y del presidente del Gobierno, ni más ni menos. Luego entonces, pareciera que, detrás de la pantalla deportiva, hay una intensa política que va desde los colores hasta la autonomía, el idioma y finamente la idiosincrasia, y que se traduce en un odio a veces evidente, a veces escondido, y que reluce en la afición y en sus jugadores.

Sin embargo, fuera de los clubes, muchos de esos jugadores comparten la camiseta de la selección española, en otra manera de maquillar las cosas, pretendiendo que todo es igual. Sin embargo, una manera de entender el patriotismo de los catalanes nos lo da un histórico del club Barcelona, Pep Guardiola, que llegó a declarar: Soy catalán de Cataluña. Por tanto, si hubiera selección catalana, jugaría con Cataluña. Como catalán que me siento, sería un placer estar en una selección catalana, aunque es una cosa complicada y difícil que parece que va para largo”.

Sobra decir que si el Barcelona fuera un equipo de media tabla, su presencia futbolística y política no sería influyente; sin embargo, es uno de los clubes más populares de España y del mundo, y con una efectividad endiablada en los últimos diez años: 23 títulos, nada más, y con una imagen carismática bien trabajada desde la institución polideportiva.

Para cerrar… en términos simples, abracé el juego del Barcelona por la simple belleza de su juego, no por los colores de su estelada (la bandera no oficial de Cataluña), ni su himno o su lenguaje… Abracé el juego de ese equipo por la gracia, por el toque, por la elegancia y la contundencia… porque ante el poderío del otro equipo, y su bravuconería, se presentó un grupo de elementos no muy robustos, no muy altos (Xavi, Iniesta, Messi, Pujol, Busquets…), y plantearon un estilo arrebatadoramente lejano de la brutalidad habitual, de la simple sociedad en la cancha, y llevaron el fútbol, a otro nivel… Y lo siguen haciendo.

Es decir, fuera de la rivalidad de fondo, que hace sabrosa la contienda, prefiero a ese equipo por cosas más simples, pero igual de llenadoras: un juego en la cancha, once contra once.

De México, prefiero no hablar, hay mucho relleno en su liga.

martes, 24 de mayo de 2016

Regresiones




En otro de mis blogs, Derecho a réplica, una entrada alcanzó más de dos mil seiscientas visitas. No estoy acostumbrado a esos números, quizá mi mejor entrada después de esa tenga setenta vistas (para ser precisos, 69, número cabalístico), y eso me daba alegría.

¿Cuántas novelas he vendido? El tiraje de Furia en Abril fue de mil ejemplares, y puede haber más de 600 en las bodegas de la UAM; yo tengo probablemente 100 libros. Números modestos. La vida simple… Me dieron 100 ejemplares, y del resto del tiraje no sé nada. Números pobres. Veo que Furia en abril se anuncia en línea, en Alibris,  dedicada a la venta de libros nuevos y usados; lo mismo encuentro esa novela en la biblioteca de Brown University, en Rhode Island (extraños caminos, y en los siguientes temas: Women > Violence against > Mexico > Ciudad Juárez > Fiction). Ciudad Juárez… Su imaginación se fue algo lejos de aquí.

¿Cuántas visitas tiene Baba Norte?, la revista que parimos algunos aquí en la Baja. Algunas decenas, calculo.

Así que una sola entrada en un blog casi personal tuvo una magnífica acogida, seguramente gracias a la sugerencia de un amigo a través de Facebook, y la lectura se hizo… El poder de las personas con carisma.

Pero… ¿eso es lo que deseaba que leyeran? Naturalmente, lo escribí para que fuera leído, pero, ¿estaba pensado para unos millares de lectores? Reviso mis textos y encuentro más de una docena que verdaderamente me entusiasmaron, pero ah cabrón, quería yo quejarme de las ideas necias de algunas personas en esta ciudad pequeña, y anda que me escucharon. El tema no importa en este espacio (ya lo dije en el otro), pero sí que hubo hasta quien se quejó de la imagen que le adosé… Más ojos son más maneras de entender no sólo el texto.

No es trivial, no en la vida de un escritor poco leído; parece absurdo, más aún cuando en otros espacios me quejaba de… De la falta de lectores, sí. ¿Esto presagia más ideas de ida y vuelta? No parece, de esos miles, sólo algunos comentaron en diferentes foros, algunos otros compartieron, la gran mayoría leyó en silencio; si hubo exclamaciones, si hubo quejas agrías, disgusto o gusto, queda entre el lector y el texto, y entonces reflexiono sobre el acto íntimo de la lectura.

Espero no me pateen el rostro alguna noche de esas que me escapo, perro, de casa… que me tope con algún resentido, algún mal lector, o mejor aún, un buen lector que desenmascare mis cojeras literarias.

O quizá esa inusual tropa de lectores sea simplemente una ilusión, un momento de desvarío colectivo que, inocuo, es un buen tema para reír con los amigos lectores de toda la vida. Como sea, los escritores raramente seremos como los futbolistas, probablemente más cómo los árbitros, y creo que es preferible.

Ya con los días, estoy seguro, se irá aplacando el polvo, y todo volverá a la normalidad, a la crítica sencilla, al entusiasmo de un lector a la vez, y voltearé de nuevo a otros lados.


viernes, 6 de mayo de 2016

Ensenada norte



Para hablar de Ensenada con agudeza, con filo despellejador, hay que ser ajeno a ella, ser visitante o extranjero. No se puede describir con profundidad lo que creemos nuestro, lo que suponemos nosotros mismos, lo que amamos. A lo que es familiar lo descuidamos de muchas maneras, creemos conocerlo y no buscamos más; con lo que queremos somos cuidadosos, le perdonamos las faltas. Ni soy de Ensenada ni la aprecio sustancialmente. Llegué, como suele suceder, motivado por la presencia de una mujer. Podría haber sido Tecate, o Mexicali, pero siempre es llamativo el mar.

Aquí el mar tiene olor a mierda, y parece que la gente lo festeja. ¿Es posible que sean los vertederos que la misma ciudad tiene en la costa? Entre más te alejas del área urbana menos apesta. Los atardeceres son sublimes, pero los atardeceres están en todos lados. Las playas son baños públicos, de caballos, de perros y de gente; la basura es la fauna inerte más común.

Tampoco hay que odiarla, no demasiado. Podemos detestar lo desagradable, si, como en cualquier lugar, pero el odio no conviene a nuestros fines.

Otro día caminaba por la Avenida Juárez (una de las referencias nacionales, Juárez), y me crucé con una pareja que me pareció diferente: una mujer no mal parecida, pero de aspecto descuidado, y un tipo joven, vestido de negro, con sombrero. Aún encuentras gente con sombrero aquí, es el norte. Parecían de aquí pero también de ningún lado, extraviados. Lo inusual es no haberlo notado antes, haberme dejado comer por la vida cotidiana y haber obviado los rostros, las maneras de los habitantes de Ensenada.

A pie entiendes de otra manera a la ciudad, la aprendes de otra forma. En el transporte público miras a la gente, te acercas a su transpiración. Camina, anda entre ellos, acuéstate con sus mujeres y con sus hombres, desentraña su verdad, entiende la simpleza de sus actos o su complejidad, destruye 20 años de tu vida en un matrimonio, o dos, para entender la naturaleza de los bajacalifornianos. O quizá te sientas cómodo con una mujer de toda la vida, y te quedes para siempre aquí, comprendiendo en cambio lo que es el amor verdadero, la gracia de la rutina, o sencillamente vivas sin pensar en nada.

Las calles de Ensenada no son como las de la Ciudad de México, o como las de los Territorios Palestinos (quizá se parezca más a estos, en las colinas de la Colonia 89), son calles si, mexicanas, con hoyos, pero con casas de techos de madera y paredes de tabla roca. Igual hay muchas casas rodantes (trailas, les dicen), pero lo nacional se funda en un sinfin de hogares recién construidos con los modelos del sur: casas de interés social, pequeñas y vulnerables, en colonias que se vuelven barriadas peligrosas en donde escasea especialmente el agua. Las calles de Ensenada a veces parecen de un país diferente, en donde el centro histórico no es colonial, sino de influencia gringa. Ensenada no es una de esas ciudades de edificios con paredes gruesas manchadas por la humedad, ni de barandales corroídos, ni de aires cargados de la esperanza de la selva… Ensenada es una ciudad de paredes huecas y garrapatas en los patios. Ensenada brilla mucho pero se oscurece con la niebla, con el polvo de desiertos más desiertos. Ensenada no es una Cenicienta, es una mujerzuela más tirada a los silencios, a los vestidos usados con anterioridad (le llaman ropa de segundas), a la repetición, a la copia de otras identidades.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Yola y Yolanda*



 El placer no siempre viene en momentos perfectos. De ninguna manera me estaba involucrando con mi alumna universitaria, sino con su madre. No es que la joven no fuera encantadora, pero hay brechas que se abren entre las personas, entre los cuarentones como yo y esas juventudes alistadas en una mecánica que, tengo que aceptarlo, no es precisamente asequible. Yolanda se llamaba la madre, Yolanda se llamaba la hija, algo muy latinoamericano.

Dentro de todo estaba el respeto, la ética, la simple comunicación con la joven, pero también la libertad de mirarla, de apreciar su belleza endemoniadamente fresca, sus piernas torneadas, la insinuación de un cuerpo macizo, turgente, en donde poco importaba el cuidado o la limpieza. Los jóvenes carecen de esas virtudes, no las necesitan. Pero hasta ahí, sin más avances que la rutinaria relación entre un profesor y los cientos de alumnos que tendrá en su vida. La historia concreta de esa Yolanda joven y arrebatadora, de sonrisa huidiza y de cabello revuelto, se acaba aquí.

Y aquí comienza la historia del reflejo en un espejo transformador, en donde yo miraba a la madre de esa Yolanda, mi colega en una Facultad vecina. Yola, así la llamaré, comenzó a hacerse familiar por las mañanas, cuando ambos compartíamos un horario similar de entrada, y un espacio en el estacionamiento. Para comenzar, quizá lo más llamativo de ella era su propia hija, pero esa pequeña traición nos acercó con la fuerza de la casualidad (un tropiezo en el pasillo, un encuentro en la cafetería, y una charla a propósito de… los hijos). De ahí, todo se fue por el camino de la soldad, de la desesperanza que se va diluyendo, de la familiaridad y de la atracción, con largas charlas cibernéticas que iban subiendo de tono, que iban explorando nuestras expectativas, nuestras hambres y nuestros cuerpos. Que fácil resulta la comunicación cuando no están presentes las leyes de la presencia física, cuando se obvian un montón de requisitos sociales. Así comencé a saber que los senos de Yola eran muy sensibles, que le gustaban los besos suaves y largos, y que se humedecía ante la más mínima insinuación amorosa. Eso me dio esperanza, la humedad entre sus piernas, parece mentira.

Qué fácil es querer a la distancia, desear se convierte en una urgencia.

Y un día, armándonos de adulta valentía, uno de esos terroríficos sábados de soledad futbolera, nos citamos en un café del centro de la ciudad y nos besamos en el auto por primera vez. Cuando buscaba bajo su falda, adorando lo que no miraba con los ojos cerrados, ella suplicaba: “no somos unos niños… no aquí”. Y no fue ahí. Nos dirigimos a un motel, de esos en donde los autos quedan encerrados en un estacionamiento, en silencio, tocando ligeramente nuestras manos, como si con ese contacto mínimo estuviera la promesa de otros, de mejores momentos.

Cuántas emociones al abrir la puerta de la habitación, al darle el paso y explorar inevitablemente su trasero, ya en un plan de confianza inaudita. Y que delicia la de estar en ese encierro, después de meses de apatía sexual, de abstinencia forzada. Ahí estaba Yola, con mirada que no perdonaba ningún detalle, y ahí estaba, de pronto, la joven Yolanda para mi sorpresa, para mi incredulidad, para la traición que no planeaba. Yolanda en las piernas regordetas de su madre, Yolanda en su abdomen abundante, Yolanda en los pechos flácidos que me embarraba en el rostro, Yolanda en la lubricidad de ese pubis de vello espeso que no dejaba de ser llamativo y delicioso al tacto… (¿Yolanda se afeitaría el área del bikini?), Yolanda en esos gemidos deliciosos, en esos besos largos y amorosos. Ahí estaba yo, mirando su culo expuesto, ese muy de ella, en el espejo del techo, y yo, en mi versión más vulnerable: la desnudez que me descalcificaba, que me descomponía y que me recomponía en el desconocido que jugueteaba bajo una mujer madura, pero en el mismo plano, en una conexión que iba más allá de lo físico, y que también se establecía entre mucha coincidencias entre Yola y yo... Ahí, en ese reflejo perfecto de nuestros cuerpos, éramos tan parecidos…

No la había penetrado, trataba de perpetuar el previo concentrándome en sus protuberancias, en sus blanduras que al final me gustaban, en sus olores bien cuidados, en la tibieza de sus labios bien lubricados. “Me estoy ambientando”, me dije, y hundí mi rostro en su sexo, como para olvidarme de todo y cortar con el resto de universo, y sucedió: me comuniqué con ella, nos entendimos en términos de sus muslos y de mi boca, de su olor y su ritmo respiratorio. Su química me venía bien, la suavidad de su vello púbico, el grosor de su clítoris en mi lengua, y cuando ambos no tuvimos valentía ni paciencia, la penetré y tuve la sensación de que algo arrebatador me estaba pasando. Siempre he admirado la lubricación vaginal, tan perfecta, ese desliz de mi pene con facilidad inaudita, el instante sublime de la sensación de meterla.

No sé si fui un gran amante, pero sé que pude contemplar únicamente el rostro de Yola, sin las apariciones de su hija, y que eyaculé feliz, sin tapujos mentales, abrazando la ilusión de todo hombre en el orgasmo.



No volví a salir con Yola. A veces miro a su hija y siento cierto aire familiar, como si la conociera mejor de lo que parece, pero la joven es altiva y distante, y jamás volvió a hablarme después del curso de matemáticas. De Yola puedo decir que quedó resentida, y le doy la razón: soy un hijo de puta que prefiere la soltería después de dos matrimonios mal habidos.

*(Texto realizado para el concurso de relato erótico "Fiestas de San Juan de Coria, en donde el error estuvo en contextualizar el relato en dicho evento)