domingo, 27 de abril de 2014

El tamaño de nuestra soledad



A veces me parece que estamos frente al pelotón de fusilamiento, en un momento que se hace eterno, que nos desfigura, que nos acobarda, que nos moja los pantalones; a veces, sin embargo, reconozco que caminamos en libertad, guiados por el olor de las almendras, a veces por el olor de los muertos en las calles de nuestras ciudades. También reconozco que nuestra realidad es inconmensurable, pero que estamos en un punto ciego, el de la ignorancia, que nos evita mirarla, mucho menos entenderla. Gabriel García Márquez entendió antes que nadie de esta riqueza incomprendida, ignorada o sencillamente no observada. “No hemos tenido una instante de sosiego”, dice en 1982 en su discurso de aceptación del Premio Nobel, y seguimos sin tenerlo, pero aletargados en el desconocimiento de nosotros mismos.

La realidad que vive con nosotros” en su grandeza de fealdad y de belleza, abrió en García Márquez un “manantial de creación insaciable”, pero permanece cerrado para la mayoría de los latinoamericanos. Vivimos el día a día en el adormecedor discurso de las minorías y creando lo imposible, nuestro infierno paradisiaco; la imaginación creativa no es requerida porque esos espacios están captados por la supervivencia. Efectivamente, no se nos puede medir con la misma vara, somos una especie de caníbales que además de sí mismos comemos la lógica del primer mundo; andamos con alegrías desnudas mientras nos caemos a pedazos, mientras lloramos a nuestro patriarca Gabriel. Todos somos huérfanos de padre: si no lo conocimos, murió cruzando las fronteras buscando lo ajeno, lo demás incomprensible. Nuestra madre es la tierra, y mamamos hasta que nuestra boca busca otras vaginas; nos destetamos viejos. Nuestra súper carretera es la desdicha que no aceptamos, nuestra felicidad por lo insignificante.

Todas las historias, todos los personajes caben en nuestra realidad, todos los eventos, todas las magias y digresiones. En la cabeza de García Márquez también cupo todo, mejor aún, interpretó la realidad sin esquemas ajenos, lo que nos hizo familiares, reconocernos en un espejo propio para los que queríamos mirarnos en nuestra belleza y nuestra miseria completa. Imaginar, entonces, es una charla repetitiva entre borrachos, entre asesinos, entre luchadores sociales, entre aficionados al fútbol, entre poetas y escritores latinoamericanos; imaginar es andar con los ojos bien abiertos observando el entorno, imaginar es vivir en estas tierras.

El “tamaño de nuestra soledad” es el silencio, es la omisión del entorno, de nuestras cavidades en donde cabe nuestra historia y nuestro porvenir, en donde buscamos lo que no existe porque miramos antes en otros, porque aprendimos a esperar lo ajeno, lo que no es de Aquí. Con García Márquez, el latinoamericano universal, se va una manera de entendernos, de lidiar con la locura. Nos quedamos más solos que nunca.

sábado, 19 de abril de 2014

Nuevo Vallarta




No recuerdo vacaciones tan relajantes, será que era el momento preciso antes de colapsar. Los ingredientes comunes: playa, mucho sol, cielos limpios, calles, café, lectura, gente. Pero en cantidades perfectas, mezcladas con mi frustración, mi cansancio, mi extravío. Resultado: el estrés desapareció por unos días, mi cuerpo, grande como es, flotó en el agua del mismo océano pero en otras latitudes, navegué por espacios abiertos, probé comida deliciosa, tomé mucho café, miré a mucha gente y platiqué con alguna, me desvelé pero me levanté tarde cada día, valoré algunas cosas sobre las aguas malas y sobre mi futuro (no llegué a nada concluyente). Me reí, busqué los ojos de algunas mujeres, la presión de mis perros disminuyó en mi pecho, y no quise regresar. Caminé, los últimos días sudé y disfruté más el mar, la arena en mis pies, la arena en mi culo, la arena colándose en mis testículos. Los cadáveres fueron muchos: Gabriel García Márquez, dos peces globo, un par de anguilas, una gaviota sin plumas, e incontables malaguas (medusas) que descansaban en paz en la arena de Nuevo Vallarta; me duele García Márquez, pero solo un poco, es decir, no me duele nada, pero tiene otro tipo de impacto, más global: empobrece al mundo la ausencia de ciertas personas.

Regresé.



Ya escribiré del significado de García Márquez en la mecánica de la imaginación, de la visualización del espacio, en su versión latinoamericana.



Aquí todo sigue igual, el aire cargado de costumbres y de esporas que me hacen toser; una nitidez aburrida, un reloj en retroceso para regresar al trabajo, los senderos, las manías repetidas incontables veces. Aquí naufrago con lo cotidiano, aquí es el imperio de lo repetitivo, la decadencia de las responsabilidades basadas en los esquemas sociales. ¿Quién se encarga de repetir una y otra vez lo que es correcto y lo que no? Nosotros mismos, como sabios vulgares.

Mejor viaja, escapa, fornica, ladra... ¿Cómo no agachar la cabeza? Es de las cosas que tenemos que aprender, y también a soltarnos la correa, a escabullirnos por espacios reducidos.



He leído: “vamos a la playita” en las redes sociales, de gente de la localidad. Me pregunto: ¿porqué a mi no me sabe a playa esto? Me sabe a mar imbatible, a ciencias del mar, a profundidad óptica, a productividad primaria, pero no a tumbarme en la arena. Quizá sea el aire, la temperatura del agua y el excremento de los caballos, el color de la arena... Pero evidentemente lo tropical no es de aquí, y eso me pesa en el momento de decidir hacer un hoyo en la playa y mirar como se llena de agua. Prefiero mirar el paisaje humano.

Como sea, ya estoy aquí; primero llegó mi cuerpo, y poco a poco va llegando lo demás.