martes, 5 de julio de 2016

El sexo nuestro de cada día (o de cada año)



Siempre me he preguntado del sexo de los demás, de su actividad sexual, para ser precisos. No sólo de ello, es decir, de la vida íntima de los otros (quizá como un reflejo automático del oficio de escritor de ficción). Pero el sexo siempre ha sido un aspecto aparte, digamos, una obsesión personal.

En Abril, ciclo menstrual, mi primera novela, abordé el tema como sólo se puede acomodar en una novela: desde la acción, desde la vida de los personajes.  Cuando la escribía, me preguntaba: ¿cómo es el sexo de los pobres, es como el de los cultos, como el de los infelices, como el de los adinerados?  Me parece que en principio lo básico prevalece, pero que en la periferia de la “acción” hay diferencias (aspectos como el olor, el sabor, las modas y costumbres sexuales, la higiene, los lubricantes, accesorios…) basadas en la cultura y la educación, incluso en la información que tienen las personas. Una persona con información, por ejemplo, se cuidará de no contagiarse de una enfermedad venérea, o atacará con pasión el punto G, no conocido seguramente por todos.

Alguien, así, dijo que mis novelas eran profundamente eróticas, cuando yo sólo soltaba a los perros de mis obsesiones, y me acomodaba en las fantasías, experiencias y supuestos del tema.

Lo cierto es que los motivos sexuales son el motor de nuestros días; hay quien dirá que el amor, pero el amor justifica para muchos al sexo. Cada uno de nosotros lo vive de diferente forma, lo practica o no, lo persigue, lo procura, lo alimenta o no. Algunos lo tienen cada día, incansables, otros lo perrean con dificultad, para otros no tiene importancia tenerlo o no. Algunos solteros disfrutamos el gota a gota de los encuentros sexuales, y otros jamás lo tendrán: basta mirar la soledad de los que nos rodean… en un mundo de pubis depilados, de anos aclarados, de la apoteosis de la belleza publicitada, los perdedores somos la mayoría.

Las relaciones sexuales parecen ser una receta social, un listado de requerimientos a partir de lo bien visto, de lo permitido, de lo aceptado, pero también de lo aprendido a partir de estereotipos brutalmente introducidos en nuestra razón. Alguna vez escuché la historia de un tipo que en el siglo pasado (probablemente antes que eso), se había divorciado porque se asustó de los pelos de su esposa (acostumbrado a la visión clásica de la vulva sin vello); y creo que no es un asunto viejo, está en boga la desaparición de esas divinas matas, cuando a mi me fascinan. 


Las relaciones sexuales, antes que una receta, es parte de nuestra versión biológica que se va adaptando a las creencias, a las tendencias, a las necesidades, a los gustos de una época. Pero coger es coger, si me permiten la expresión, o al menos así debería ser, sin ese peso cultural que se entromete en nuestras camas (o mesas, pisos, autos…). Una regla elemental es: todos tenemos derecho a sentir, a disfrutar de nuestros cuerpos, de otros cuerpos, de tener orgasmos o de sentir cosquillas, de ser apapachados, de ser tocados… no importa si somos gordos, flacos, piernudos, nalgones, desnalgados, peludos o lampiños… Y todos tenemos derecho a un cuerpo ajeno, o muchos (cosa de cada quien), para esa interacción constructiva.

¿Cuándo nos preocupamos más por el aspecto de nuestra barriga tumbada a un lado nuestro como si fuera un ser aparte? ¿Cuándo nuestras estrías cobraron vida y se apropiaron de nuestros sueños? ¿Cuándo necesitamos la piel perfecta para alcanzar el orgasmo sin preocupaciones? ¿Cuándo se instaló la angustia como parte de nuestros encuentros sexuales?

Por ahí encontré una afirmación que se atribuye a Marguerite Duras (El amante de la China del Norte, El amor, La amante inglesa, La impudicia…): No es tener sexo lo que cuenta, sino tener deseo. Hay demasiada gente que tiene sexo sin deseo.

Y me parece que aquí hay una parte fundamental del juego amoroso, del juego sexual: el deseo, que podría resumirse en el entendimiento de la realidad sexual como un acto más profundo en donde la lubricación es natural, en donde la penetración es mental, en donde el orgasmo cabe en todos lados, en donde el pene y la vagina pueden sobrar, en donde la sombra del vello púbico es buen lugar para la ilusión, o la barriga de una amante, la soledad que acompañamos con nuestras manos.

A coger, pues, o a soñar, que puede ser lo mismo.