miércoles, 17 de octubre de 2018

Entre caníbales




¿Cuándo comenzó la gente a descuartizar, a cortar partes de otras personas? Probablemente lo ha hecho siempre. “Siempre” es mucho tiempo, “siempre” es toda la existencia, incluso cuando el hombre era otra cosa, un animal desnudo emparentado con los homínidos. ¿Por qué habría de cortar las manos, las piernas de alguien?, ¿para esconder, para alimentarme, para vengarme? Cristianamente no hubo una prohibición explícita: NO mutilarás los cuerpos ajenos; aunque NO codiciarás los vienes ajenos podría estar emparentado, o NO matarás, por supuesto.

Juan Carlos Hernández, el Monstruo de Ecatepec, tuvo que mutilar muchos cuerpos, y quiero pensar que lo hacía cuando las víctimas ya estaban muertas.

En términos biológicos, no habría porque asustarnos la sangre ajena: desmembramos animales sin que nos tiemblen las manos. ¿El señor Juan imaginaba que las mujeres eran animales? También las cocinaba para vender los huesos después en el mercado negro (mercado macabro o comercio oscuro, no sé). ¿Qué hacía con la carne?, la comía, la daba a sus perros y a sus hijos. ¿Cuántos kilos de carne daba una mujer, se fijaba en esos detalles?

Una de las víctimas fue citada temprano para que fuera la primera en mirar la ropa de una paca, y así escoger lo mejor; un plan sencillo que yo no podría haber imaginado: cuando la mujer llegaba no había nadie más,  entraba en la casa y simplemente ya no salía. Una trampa, una trampa para humanos.

A los monstruos nos los presentaban físicamente desagradables, deformes, extraordinariamente feos; era fácil identificarlos; los monstruos reales son como nosotros, como si nos miráramos en un espejo. Nuestros monstruos destazan, pero antes piden sexo oral; nuestros monstruos sienten dolor, se perciben heridos, ellos le dicen “patrón” a la autoridad y creen que limpian el mundo; ¿ellos son los filtros de la humanidad? Con qué entereza pasean por las calles con partes humanas, con que orgullo tiran las bolsas en terrenos baldíos.

La lucha es desigual: no podemos saber quién son, sonríen amablemente y dicen “gracias”, “buenos días”, “que bien se mira usted hoy”, y quizá en ese momento les demos antojo y después quien sabe, quizá terminemos como platillo principal.