jueves, 23 de marzo de 2017

La vida según Miller


 
En mi último acercamiento a Henry Miller, vía Trópico de Capricornio, encuentro a un Miller más crudo. No he leído su obra cronológicamente, y encuentro a un Miller menos sutil, si podemos tomarnos esa libertad, que en Sexus (posterior a Trópico de Capricornio), por ejemplo; pero no me refiero a la temática, sino al uso de ciertos adjetivos, de ciertas imágenes que nos remiten a la miseria humana o a la simpleza de la existencia resumida en nuestros productos de desecho, o nuestra basura.

Sin embargo, los tópicos son idénticos: el amor, la insensatez de la vida moderna, la vacuidad de los objetos y la importancia desmedida que se les da, su preferencia del hecho, del evento, de la acción. ¿Qué es importante?, parece preguntarse constantemente, ¿por qué no cambiar de vida de un momento a otro?, “¿Por qué sigues viviendo como vives?”.

El laberinto de las ideas en sus trópicos y la Crucifixión rosada parece tan simple, y sin embargo el extravío es común. Pero no es una errancia sin objetivo ni efectos, es su cuestionamiento básico: ¿de qué se trata todo esto?

Las vagancias de Miller por Broadway, por Time Square, por las avenidas de Nueva York son inéditas para mi, pero no dejan de darme un reflejo de mis propias caminatas en la Ciudad de México, en la misma Guadalajara, en donde podía caminar por horas sin llegar a un lugar en particular, o llegar a cualquier sitio; cuestionar el ritmo de la gente, su destino, palpar las bolsas del pantalón vacías, meterme a un cine buscando historias, comer, siempre comer para tomar energía para seguir caminando y buscando… Todo es familiar.

En Miller el hambre es de todo, el hambre de una chuleta o de unas albóndigas, el hambre de un buen polvo (en la traducción española), de coger, de follar… El hambre de la gente, de hablar, de escribir. ¿La razón de la vida está en la gente, entonces? Miller siempre se rodeó de ella, no parecía buscar la soledad, parecía buscar el contacto humano, la vagina bien lubricada, la ironía de los amigos, la sabiduría de los extranjeros. ¿Ahí está la vida nueva? ¿Podemos cambiar la vida?

Ayer caminé con mi hijo en ésta pequeña ciudad y primero comimos rollitos primavera (chun-kunes para la gente de aquí), luego fuimos a una taquería y nos llenamos de unos tacos grasosos, y al final llegamos a casa. No había ninguna Maude de actitud hostil para recibirnos, pero había la misma sensación de búsqueda, las mismas ganas de volverme a sentar a escribir, la misma henchida cantidad de imágenes que se van acumulando con los días, con los años, y que en cierto momento se vacían en un libro… Los mismos cuestionamientos, ¿herencia burda de mis lecturas?, sobre la necesidad de tanta mierda en la existencia.

¿Por qué tantas complicaciones? En la escuela tienen semanas pidiendo mis papeles que comprueben mis estudios, mi identidad, y simplemente llego saludando y diciendo: “mañana sin falta”. ¿No es lo mismo?

Sin embargo, los recursos de Miller eran ilimitados, su comprensión del mundo lo proveía de lo que necesitaba, humano y material, y la pobreza la definía a partir de un modo de vida y no de la acumulación de bienes; sus cuestionamientos eran desde la abundancia, desde la bastedad de las experiencias, desde el hastío de la observación, desde la exuberancia de la vida misma, la vida que el cuestionaba y concebía desde su modus operandi, llevada al extremo de la honestidad.

Me quedo con los viajes de Miller, con sus vagancias mentales, con sus digresiones, con su potencia, con su energía que parecía inagotable, con sus choques frontales con la realidad de los que siempre salía bien librado, integrado, digamos, a una realidad que transformaba en la dirección que miraba, o que experimentaba. Y en tanto, como para matar el tiempo, yo me como un sope de picadillo esperando la hora de la salida, y la hora de mirar a mi Mara (que también es June, o Mona, o Sol, o Eva…), y me pregunto con miedo: ¿cuándo comenzaré a escribir ese otro libro que se atora en mis costillas?, y, para no perder la costumbre: ¿hasta cuándo seguiré viviendo así, cuándo cambiaré de vida? Quizá nunca, pues habría que trabajar demasiado en ello, y rendirme de otra manera al mundo (que también es idea de él).