En mi último acercamiento a Henry Miller,
vía Trópico de Capricornio, encuentro a un Miller más crudo. No he leído su
obra cronológicamente, y encuentro a un Miller menos sutil, si podemos tomarnos
esa libertad, que en Sexus (posterior a Trópico de Capricornio), por ejemplo; pero no me refiero a la temática, sino
al uso de ciertos adjetivos, de ciertas imágenes que nos remiten a la miseria
humana o a la simpleza de la existencia resumida en nuestros productos de
desecho, o nuestra basura.
Sin embargo, los tópicos son idénticos: el
amor, la insensatez de la vida moderna, la vacuidad de los objetos y la
importancia desmedida que se les da, su preferencia del hecho, del evento, de
la acción. ¿Qué es importante?, parece preguntarse constantemente, ¿por qué no
cambiar de vida de un momento a otro?, “¿Por qué sigues viviendo como vives?”.
El laberinto de las ideas en sus trópicos
y la Crucifixión rosada parece tan simple, y sin embargo el extravío es común.
Pero no es una errancia sin objetivo ni efectos, es su cuestionamiento básico:
¿de qué se trata todo esto?
Las vagancias de Miller por Broadway, por
Time Square, por las avenidas de Nueva York son inéditas para mi, pero no dejan
de darme un reflejo de mis propias caminatas en la Ciudad de México, en la
misma Guadalajara, en donde podía caminar por horas sin llegar a un lugar en
particular, o llegar a cualquier sitio; cuestionar el ritmo de la gente, su
destino, palpar las bolsas del pantalón vacías, meterme a un cine buscando
historias, comer, siempre comer para tomar energía para seguir caminando y
buscando… Todo es familiar.
En Miller el hambre es de todo, el hambre
de una chuleta o de unas albóndigas, el hambre de un buen polvo (en la
traducción española), de coger, de follar… El hambre de la gente, de hablar, de
escribir. ¿La razón de la vida está en la gente, entonces? Miller siempre se
rodeó de ella, no parecía buscar la soledad, parecía buscar el contacto humano,
la vagina bien lubricada, la ironía de los amigos, la sabiduría de los
extranjeros. ¿Ahí está la vida nueva? ¿Podemos cambiar la vida?
Ayer caminé con mi hijo en ésta pequeña
ciudad y primero comimos rollitos primavera (chun-kunes para la gente de aquí),
luego fuimos a una taquería y nos llenamos de unos tacos grasosos, y al final
llegamos a casa. No había ninguna Maude de actitud hostil para recibirnos, pero
había la misma sensación de búsqueda, las mismas ganas de volverme a sentar a
escribir, la misma henchida cantidad de imágenes que se van acumulando con los
días, con los años, y que en cierto momento se vacían en un libro… Los mismos
cuestionamientos, ¿herencia burda de mis lecturas?, sobre la necesidad de tanta
mierda en la existencia.
¿Por qué tantas complicaciones? En la
escuela tienen semanas pidiendo mis papeles que comprueben mis estudios, mi
identidad, y simplemente llego saludando y diciendo: “mañana sin falta”. ¿No es
lo mismo?
Sin embargo, los recursos de Miller eran
ilimitados, su comprensión del mundo lo proveía de lo que necesitaba, humano y
material, y la pobreza la definía a partir de un modo de vida y no de la
acumulación de bienes; sus cuestionamientos eran desde la abundancia, desde la
bastedad de las experiencias, desde el hastío de la observación, desde la
exuberancia de la vida misma, la vida que el cuestionaba y concebía desde su modus operandi, llevada al extremo de la
honestidad.
Me quedo con los viajes de Miller, con
sus vagancias mentales, con sus digresiones, con su potencia, con su energía
que parecía inagotable, con sus choques frontales con la realidad de los que
siempre salía bien librado, integrado, digamos, a una realidad que transformaba
en la dirección que miraba, o que experimentaba. Y en tanto, como para matar el
tiempo, yo me como un sope de picadillo esperando la hora de la salida, y la
hora de mirar a mi Mara (que también es June, o Mona, o Sol, o Eva…), y me
pregunto con miedo: ¿cuándo comenzaré a escribir ese otro libro que se atora en
mis costillas?, y, para no perder la costumbre: ¿hasta cuándo seguiré viviendo
así, cuándo cambiaré de vida? Quizá nunca, pues habría que trabajar demasiado
en ello, y rendirme de otra manera al mundo (que también es idea de él).