miércoles, 22 de octubre de 2014

Somos 43




Ya no le escribo a mis amigos. Escribo para el mundo, para un mundo ciego.

Pero me tomo un capuchino que un amigo me invitó.

El trabajo de corregir la traducción de un libro llegó cuando más lo necesitaba. He visto 500 pesos pero no he visto una línea del texto. Eso da un poco de miedo. El trabajo me lo dio una amiga, a pesar de saber que algunos miembros de su familia me detestan (cuestiones de viejos amores).

En estos magros tiempos, con 43 de los nuestros que no aparecen, con la jodida encomienda de sobrevivir con quincenas bien golpeadas, entre la incertidumbre y la desesperanza, vamos andando con ese grupo de personas que amamos por cosas simples y que se acomodan en nosotros, como si fuéramos muebles mullidos. Probablemente no soy el lugar más cómodo para vivir. Ellos me alimentan.

Pero constantemente caigo en los rostros de los 43 compañeros que, cosa extraña, no están y están más presentes que nunca en la vida.

Quizá sean, esos 43 jóvenes, unos necios, quizá rían de cosas simples, quizá alguno de ellos me rompería la nariz para ponerme en mi lugar... Es decir, ellos son como nosotros. Mirar nuestros rostros es mirarlos a ellos. Uno de mis hijos, uno que existe en mis intestinos, uno que golpea en las paredes de mi cráneo, es normalista y está desaparecido. Otro es mi hermano y detesto cuando habla como gritando, otro es un tipo que ríe como si de risa se tratara la vida... Todos tienen cicatrices en la piel, como nosotros, y probablemente el desencanto de enfrentar a un sistema como este, como el que todos soportamos, y bastantes alimentamos.

Hay una recompensa por quien dé informes que conduzcan a su localización. Yo los he visto, cada día, a cada instante me cruzo con ellos en la calle. Pero es una recompensa sospechosa, casi como una burla, como un tentempié mental, como una patada de mula, como... Esas cosas que hacen los gobiernos.

Y la vida sigue, allá afuera un tipo vestido para jugar fútbol, ¿normalista?, cruza la calle.

Pretendía hablar de los premios, de los Premios, pero no tengo mucho ánimo. Espero la respuesta de dos, de una solicitud de beca, pero también espero la respuesta de la sociedad, de la autoridad, de la humanidad de cada quien, para localizarnos, para encontrarnos, que estamos extraviados desde hace semanas, décadas, siglos probablemente.

Somos 43, pero me da la impresión de que somos más.

jueves, 2 de octubre de 2014

Sin ropa




Hace algunos años me corrieron de un café, el motivo fue que la página que tenía abierta en mi computadora no le agradó al dueño. Era una página de Tumblr, en la que se mostraba al menos un cuerpo desnudo, ni más ni menos. Cualquier razonamiento que utilicé resultó inútil, y salí ofendido del lugar. Entre las palabras que utilizó aquel indigesto individuo estuvo “pornografía”, entre las que utilicé yo estuvieron “ignorante” y “amigdalitis”. En cualquier caso, mis argumentos no fueron ni convincentes ni válidos, más bien ingenuos y sentidos.

Lo he pensando, efectivamente se trataba de pornografía, y ese tipo la había descubierto de una ojeada. Por supuesto, no se necesita de mucha destreza descubrir lo impropio a partir de lo que no usa ni bragas ni sostén, y no utiliza rastrillo para descubrir ciertas partes. Pero no es tan sencillo, y usualmente me ayudan esos textos que me hablan al oído, me susurran marranadas y me dejan con una Sonrisa vertical en la cabeza.

Naief Yehya, en su Pornografía, define a la misma “como la representación o descripción explícita de los órganos y las prácticas sexuales, enfocadas a estimular los deseos eróticos del público”. Sin más lubricante, así de simple. Y casi cualquier encuerado o encuerada se tropieza con esta definición. Pero la complejidad, por supuesto, está entre los pliegues; citado en el mismo libro, Wagner agrega: “con la deliberada intensión de violar los tabús sociales y morales existentes”, lo que agrega un propósito bien firme.

Huberto Batis, en su ensayo Erotismo y pornografía (en Estética de lo obsceno), le pone jugo al asunto: “La pornografía, como la belleza, está por entero en los ojos del que la contempla”. Y entonces, como él bien dice, hay una relativización, y la apertura queda abierta a los criterios personales de la obscenidad. Aun mejor: “lo obsceno ni le quita ni le agrega cualidades artísticas a la obra; así como éstas tampoco pueden exculpar lo licencioso”, y nos acomodamos en el cuerpo entero del arte.

Por mi parte, no puedo entender la realidad con tanta ropa, me parece poco pudoroso vestir cada evento a nuestro alrededor para maquillarle las arrugas, las verrugas, para hacerlo inofensivo, sin virus. En cambio, ¿cuánta riqueza nos dan las imágenes de escenas que probablemente no veríamos jamás en el aburrimiento de la vida “normal”? Se me viene un flujo de recuerdos imborrables que nunca sucedieron.

Y por supuesto, la pornografía escrita deja todo a nuestra responsabilidad imaginativa, a nuestra lubricidad personal, a nuestras ilusiones y nuestras frustraciones.