Para mi, el verdadero fin del mundo fue cuando Guardiola dejó de ser
entrenador del Barcelona, poco después del perder con el Real y
quedar fuera de la Copa de Campeones. Nadie entiende eso. Todos
esperábamos que el mundo se acabara escandalosamente, todos hablaban
de eso. Películas, documentales. Parecía que nos queríamos hacer a
la idea de que las cosas llegaban a su fin, o era una ilusión, no
sé. Pero estaban equivocados, enfocaban mal los hechos. El fin del
mundo, digo yo, es un montón de pequeños eventos que hacen la vida
imposible. Quizá todo comenzó mucho antes, cuando “Bitter sweet
symphony”, compuesta por Richard Ashcroft de The Verve, fue
acreditada también a Jagger, de los Rollings. Eso fue una mamada.
Pero cuando Guardiola dijo “no más”, eso si fue perder toda la
esperanza de cosas mejores. Nadie lo entiende. Era como la lucha del
bien y del mal, como el equilibrio que debería de prevalecer como un
promedio de vivencias en la humanidad. Una mierda, digo. Todo se
descompuso. Fue cuando abrí los ojos y entendí que no había
justicia, que la mecánica de la existencia era una ostentosa máquina
que funcionaba en todas direcciones, pero con cierta regularidad
estadística, y que de tanto darle, había perdido el control, y
había finalmente una tendencia. Ese fue el fin del mundo. Las
calamidades, esas siempre han estado, pero las calamidades en los
interiores de la multitud, eso, eso si fue una cabronada. Y nadie
dijo nada, nadie alzó la voz: todo fue asimilado con con una
digestión ridícula, y el fútbol fue sólo un deporte que había
perdido su humanidad.
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