jueves, 19 de diciembre de 2013

Apocalipsis zombie



El mundo invariablemente se transforma. Me da miedo pensar que no pueda salir de este país, que nadie de escasos recursos lo pueda hacer. Las fronteras parecen cada vez más difíciles de cruzar. Hubo un tiempo, dicen, en el que la gente cruzaba a Estados Unidos sin necesidad de papeles; hoy la Patrulla Fronteriza dice que del año 2000 a la fecha, 10 millones de personas intentaron pasar a ese país y fueron detenidos. Tengo visa para cruzar al “otro lado”, y en realidad no sé que implique esto. El control sobre las personas es cada vez más rígido: datos, fotografías, registros únicos, credenciales... Se pretende que no existan fantasmas, que siempre se sepa la identidad de alguien. En la Internet también tenemos identidad, un número, y en ella se teje una telaraña en donde direcciones electrónicas se entrelazan, páginas de sociales, blogs... Es insistente la petición de anexar nuestros números telefónicos, incluso nuestra dirección. Claro, estoy en el buró de crédito y probablemente estaré en él hasta que muera. Las calles están llenas de cámaras, el trabajo, las fronteras, los edificios públicos, los locales comerciales, los museos. Es probable que yo esté en muchos archivos públicos, que en el hotel al que voy con mi novia me filmen mientras burdamente me muevo sobre de ella. ¿Qué saben de mi? Es un hecho que para renovar mi licencia me pedirán una muestra de sangre para saber si me drogo (valsartan, aspirina, complejo B, omeprazol, su excelencia); lo de saber si tengo antecedentes penales es viejo. Tengo 43 años y esto es una mierda, y va para más mierda.

Si se diera el apocalipsis zombie, a ellos nadie les pediría identificarse: se apilarían miles, unos sobre otros, y saltarían cualquier valla para recorrer el mundo con indiferencia, y hambre.

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