miércoles, 16 de febrero de 2022

El escritor modesto


 

(Texto que publiqué en el suplemento Palabra)

¿Kafka era un escritor menor, hacía literatura menor? ¿Por qué no habría de serlo?, en sus novelas abunda lo absurdo, ¿por qué habría de interesarnos la transformación de Gregorio Samsa, o las tribulaciones del señor K? Y, ¿qué necesita una novela para ser buena, un autor para convertirse en mayor? ¿La meta de cualquier escritor debería ser convertirse en un escritor mayor? “Mayor”, “menor”, ya suena desagradable la jerarquización.

 

El concepto de literatura menor no es el de Deluze, que se refería a la literatura que hace una minoría dentro de una lengua mayor, pero tampoco nos referimos a la subliteratura, concebida para el consumo masivo, con temas asequibles y simplones. Nos referimos a la literatura que busca (más o menos leída), a la manera de Kundera para entender la razón de la novela, examinar hasta el límite algunas de las condiciones de la existencia. ¿Cuántos escritores pueden trascender los lindes de la literatura que se hace en su tiempo?, ¿cuántos de nosotros seremos leídos en una década? En ciencia, la “popularidad” de un científico se mide en términos de las citas de sus publicaciones, lo que nos habla de la pertinencia de su trabajo, de la trascendencia de sus hipótesis para generar un soporte y el flujo del conocimiento. En literatura priva la subjetividad, los premios no nos dan sino cierto gesto de lo que está ocurriendo en el espacio creativo (no me parece atrayente hacer un análisis de los premios y los premiados), las ventas nos hablan del gusto de la gente por los títulos (de forma gruesa), así como de las campañas de éxito, pero me atrevo a decir que la literatura es más compleja que la ciencia misma, y que sus valores no son cómodamente cuantificables. “Buena” y “mala” literatura se convierte en una acepción personal. A diferencia de la divulgación de la ciencia, que, aunque restrictiva en términos técnicos e incluso económicos, tiene un camino bien trazado para la explicación de la realidad e incluso un método para su cuestionamiento, la literatura clara y afortunadamente camina por el caos y la anarquía; la riqueza de la literatura está en la pluralidad, en la complejidad de formas para representar lo real, o explicarlo.

 

No todos los escritores lo hacemos bonito. Me refiero a la escritura. Encontré en Mishima clímax suaves, planicies tensionales que parecen largas pausas en las desgarradoras vivencias de los personajes; encontré abrumadoras descripciones en Proust, interminables párrafos para describir nimiedades de la vida; en Perec un afán obsesivo por explicarlo TODO, en Miller el razonamiento lúcido, lúbrico, como forma de expresión; en Roberto Bolaño la construcción de realidades alternas en donde lo real y lo ficticio se confunden, en Kundera la broma como herencia de Kafka, formas perfectas de plantear la historia. Diversidad. Pero en todos ellos la búsqueda de la explicación está presente, su planteamiento sobre las banalidades de la existencia, la razón que le dan a las cosas de lo humano.

 

En esa medida, el escritor menor, el no premiado, el pobremente publicado, el no vendido, lanza sus propias premisas, bajo sus convenciones y sus influjos, con su pobre o rico canon literario, intenta explicar lo que considera importante. ¿Qué lo hace bueno, qué lo hace malo? ¿Existe algún tema inédito en la historia de la literatura? La exploración se hace en un vehículo particular, con el propio combustible, ¿para qué nos alcanza, a dónde vamos a llegar con lo que tenemos? En esa línea de salida se aglomeran los más leídos, los menos, los malos, los buenos escritores, y caso aparte, los sobresalientes. Cada uno tomamos un tema en particular, nuestros temas; repetimos o tomamos caminos menos transitados, aprendemos a plantear el problema, a veces nunca lo hacemos, pero lanzamos una premisa que es la naturaleza de nuestra obra, y esa contribución se suma al corpus mayor de la creación de una región o de un país.

 

Es probable que “escritor menor” sea una manera inadecuada de definir a los escritores modestos; un mal escritor es otra cosa, es un aventurado que no tiene oficio; un escritor modesto tiene un posicionamiento histórico, una estética personal, labra sencillamente un estilo y suele tener un grupo de lectores. Las sugerencias que da acerca de la realidad, de la complejísima realidad, componen las ideas del tiempo, y esas mismas ideas forman la superestructura del pensamiento de la época. Algunas son poderosas, se sustentan en la agudeza de una visión más completa, nos dan indicios de nuestra naturaleza, nos revelan algo de nosotros mismos o de nuestra sociedad; algunas otras son como peldaños para alcanzar alturas mayores, alturas a las que otros llegarán.

 

Kafka, por supuesto, no era un escritor malo, ni modesto, ni menor (él mismo contribuyó a esa definición, razonando en el uso de las lenguas menores y mayores); Kafka entendió la intimidad que perdemos en las sociedades modernas, explicó la soledad de los individuos en esos mismos súper sistemas demoledores, y planteó sus ideas de la mejor manera posible para el contexto artístico y social no únicamente de su tiempo: lo planteó con comicidad, pero también como una tragedia. Como es la vida, digamos.

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