sábado, 11 de abril de 2020

Cincuenta años





¿Hasta dónde voy a llegar? O debiera preguntar, ¿hasta dónde vamos a llegar?

Me siento amenazado personalmente por el covid-19, tengo que decirlo, creo que he pasado 50 años sin beber ni fumar inútilmente, pero puedo decir que he comido bastante bien.

El mundo sufre transformaciones irreversibles gracias a todos nosotros, a todos poco más o poco menos. Cuando nacemos tenemos un bote de basura al lado. Cuando nací no cantaron los ruiseñores, ni nacieron todas las flores, pero mi madre me miró con ojos amorosos, de eso estoy también seguro. En los años setenta fue presidente Luis Echeverría, encargado de la seguridad nacional durante la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco; José López Portillo lo fue también desde el año 76, de él dicen que era irresistible para las mujeres, y puedo recordar perfectamente a su esposa, Sasha Montenegro, en películas como La pulquería o Bellas de noche. ¿Qué sabía yo de eso ni de lo que vendría? Sólo imaginé que viviría en Baja California 26 años después de que naciera, o 27, pero antes solo deseaba irme al sur, a donde más verde había. La década de los ochenta la viví entre la Ciudad de México, entonces el Distrito Federal, y el Estado de Hidalgo, y como bien dice Antonio León: los años ochenta se las ingeniaron para ser una broma. La gente que recuerde con añoranza los brocados en las chaquetitas toreras, la ropa fluorescente y los juegos para deslizarse en el jardín, probablemente hizo mejores monas de aqua net para inhalar que nosotros. Recuerdo con añoranza esos años, las tardes luminosas en la Ciudad, mis pantalones ajustados, las interminables caminatas que me llevaban a todos lados y a ninguno.

A esa época me gustaría ponerle la canción de Madness, One Step Beyond, aunque esa es del año 79. Y Antonio tiene razón: llegué a usar alguna ropa con estoperoles.

En los noventa comencé a viajar con más frecuencia y recorrí rutas que considero primordiales en la geografía de mi vida, recorridos de los que guardo aún imágenes mentales y sensaciones que marcaron mis gustos y mis melancolías hasta hoy; a finales de los noventa comenzó también mi vida matrimonial en su primera versión. Cuando se comenzó a terminar el mundo, en el 2000, también comencé a escribir de manera constante, disciplinada, y entonces también me establecí en Ensenada como si no me fuera a ir jamás. Mi segunda versión matrimonial fue después del 2013, y también apareció (como magia, por supuesto), mi hijo Gabriel (escucho su voz mientras juega en el patio, aunque también la escucho cuando él no está). Mi hijo se llama Gabriel por el otro Gabriel, mi Amigo, a quien conocí en el CCH en los ochenta también. A la fecha he escrito trece novelas, si no me falla la memoria, vivo mi tercer y último capítulo matrimonial (espero, y Eva también), y voy al médico y le pregunto cosas que primero me parecen catastróficas y luego me causan risa.

¿Viviré la siguiente década? Ayer llovió intensamente, y siempre me pregunto si esas lluvias, si esa lluvia primaveral, será la última de la temporada.

A veces mi vida parece la de un muerto, la de un muerto feliz, si se pudiera decir, pero solo parece; ciertos días, cuando despierto, me doy cuenta de que sueño sin censura y a una velocidad inexplicable, pero ya no me sonrojo y continúo como si no hubiera pasado nada.

2 comentarios:

  1. A lo largo de mis casi 30 años, hace algunos años atrás decidí que iba a morir siendo recordada, para lograrlo, quiero ser amable siempre. Procuro no preocuparme por la decada siguiente, aunque no le miento, me encantaría vivirlos, pero prefiero vivir el día. Esto tiene algo que ver con lo que leí? , siento que solo quise comentar por que es mi primer comentario, no había leído otros blogs!, saludos maestro!

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