lunes, 10 de noviembre de 2014

José Trigo




Hace ya bastantes años, los suficientes para pensar en una pequeña vida, discutimos con Huberto Batis sobre la transformación del lenguaje a partir de una palabra ya entonces en desuso: pensil, también nombre de una colonia en la Ciudad de México. Cualquiera puede argumentar lo contrario en esta extensa comarca en donde el español rifa. Estábamos en un salón de ventanales enormes con vista a la Biblioteca Central y a los jardines de CU. Era claro: el lenguaje se transforma, lo es.

En José Trigo, de Fernando del Paso (Siglo XXI editores), encuentro un lenguaje que se nos fue, el lenguaje del nuestros padres, de nuestros abuelos, el portento, la riqueza de un español-materia viva en donde va germinando la palabra nueva, y en donde se va olvidando el idioma del pasado. ¿Nostalgia por las palabras perdidas? Ahí está Fernando del Paso, barroco, insistente, memorioso, sabio de lo incomprensible.

Nunca olvidaré su capítulo 7, en la primera parte, a dos narraciones que se entretejen como serpientes hambrientas, vivas, y que terminan por devorarse. Prodigioso. Memorable su Ciudad de México primigenia, la desolación rulfiana en un contexto urbano; la fuerza de sus personajes moribundos, el peso de los féretros, de la búsqueda de sí mismos en la historia que se va perdiendo, a trozos, como nosotros mismos.

Y José Trigo “Se puso los zapatos zapatotes del otro hombre”, y la imagen imborrable de personaje que llego con la Eduviges sin zapatos, y que se pone los del otro, porque en este país no sólo heredamos la violencia, lo heredamos todo, aunque nos quede grande la inmundicia, entre lo inconmensurable, entre lo que no podemos entender. Y todos somos todos, como un híperhumano que se extiende hasta el origen de todas las soledades, de todos los dolores.

Para cerrar: esta semana llovió al fin, con ganas, con rabia de madrugada sedienta, y “la resolana de lluvia” alcanzó el amanecer. Y cuando abrí los ojos, seguían faltando 43, y se me amargó el ánimo, la boca, como la “palomina” de todos los pichones de la ciudad, y la desesperanza se volvió a escapar. Pero el español sigue vivo, telúrico, entre los vaivenes de la lengua, de la nación, de las hojas como tumbas ultrajadas, como fosas recién descubiertas, como venas abiertas, como padres llorando a sus hijos.

(Publicado en el suplemento Palabra: http://es.scribd.com/doc/245990082/EVPA1109 )
 

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