lunes, 5 de mayo de 2014

Cuando la quincena se termine



Recuerdo como mías esas andanzas de Henry Miller, pidiendo dinero a sus amigos para sacar adelante los días; muchas veces lo obtenía y lo gastaba con alguna mujer, invitaba a sus amigos a comer o pagaba otras deudas. Entonces trabajaba organizando a empleados que entregaban telegramas en Nueva York (Western Union), y detestaba su trabajo aunque algunos de sus buenos amigos estaban ahí. En la traducción española él decía “tirar el sablazo” al referirse a los prestamos que pedía y su obtención. Cuando leo esos pasajes en sus Trópicos puedo sentir el bienestar que le daban unas monedas, porque eso significaba: comer, moverse, estar con una mujer.

Sin embargo, Miller vivía en la miseria.

Es una imagen romántica del escritor, pero lo mismo podemos decir de millones de personas que no tocan un libro en casi toda su vida, y que subsisten sin ese poder de convencimiento que tenía Miller. Un tipo común ¿a cuántas personas les puede pedir dinero? Muy pocas, y mientras no esté endeudado con ellas, pero es más probable que se rodee de personas que como él, no tienen un peso de sobra.

Miller tenía a la humanidad para él, por el trabajo y por su facilidad para socializar, y residía en una ciudad como Nueva York. Ensenada es una ciudad pequeña, y pequeños son nuestros círculos sociales, así que el escritor pobre local puede...

Uno: Vender sus propiedades (muebles, libros, y otros valores). Los libros no interesan a muchos en un país de pocos lectores, por cierto.

Dos: Empeñar alguna joya de la familia u otro objeto que no se quiera perder... Pero me atrevo a pensar que de cada 10 cosas empeñadas se pierden la mitad, como mínimo.

Tres: Si tu historial crediticio es limpio (o fue limpio alguna vez), tener crédito en Coppel, por ejemplo, que te puede “alivianar” en cierto momento. Por supuesto, los intereses son brutales.

Cuatro: Los préstamos sobre la nómina son finitos, y también son sangrientos con las comisiones.

Y salir a la calle, no quedarse en casa, mirar gente, cargar siempre con sus libros (los de su autoría) para vender con cierta elegancia... Así es, andar por esas calles lindas del centro, llegar a Coppel y averiguar que tiene pagos vencidos... Recibir una llamada de Santander y temer que ya estén dando con su domicilio actual... Y llegar a Banamex con la agradable sorpresa de 1000 pesos de crédito puro, limpio, pleno y satisfactor.

Las becas son una ilusión, los benefactores millonarios son fantasía. Existen, eso sí, los amigos, los que en esos momentos te abrazan y hacen lo que pueden sin consultar al Buró de Crédito, a quién nadie hacía caso hace algunos años.

Para esos amigos, esta nota.

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