¿Hasta dónde voy a llegar? O debiera preguntar, ¿hasta dónde
vamos a llegar?
Me siento amenazado personalmente por el covid-19, tengo que
decirlo, creo que he pasado 50 años sin beber ni fumar inútilmente, pero puedo decir
que he comido bastante bien.
El mundo sufre transformaciones irreversibles gracias a
todos nosotros, a todos poco más o poco menos. Cuando nacemos tenemos un bote
de basura al lado. Cuando nací no cantaron los ruiseñores, ni nacieron todas
las flores, pero mi madre me miró con ojos amorosos, de eso estoy también seguro.
En los años setenta fue presidente Luis Echeverría, encargado de la seguridad
nacional durante la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco; José López
Portillo lo fue también desde el año 76, de él dicen que era irresistible para
las mujeres, y puedo recordar perfectamente a su esposa, Sasha Montenegro, en
películas como La pulquería o Bellas de noche. ¿Qué sabía yo de eso ni
de lo que vendría? Sólo imaginé que viviría en Baja California 26 años después
de que naciera, o 27, pero antes solo deseaba irme al sur, a donde más verde
había. La década de los ochenta la viví entre la Ciudad de México, entonces el
Distrito Federal, y el Estado de Hidalgo, y como bien dice Antonio León: los años ochenta se las ingeniaron para ser una broma. La gente que
recuerde con añoranza los brocados en las chaquetitas toreras, la ropa
fluorescente y los juegos para deslizarse en el jardín, probablemente hizo
mejores monas de aqua net para inhalar que nosotros. Recuerdo con añoranza esos
años, las tardes luminosas en la Ciudad, mis pantalones ajustados, las
interminables caminatas que me llevaban a todos lados y a ninguno.
A esa época me gustaría ponerle la canción de Madness, One Step Beyond, aunque esa es del año
79. Y Antonio tiene razón: llegué a usar alguna ropa con estoperoles.
En los noventa comencé a viajar con más frecuencia y recorrí rutas
que considero primordiales en la geografía de mi vida, recorridos de los que
guardo aún imágenes mentales y sensaciones que marcaron mis gustos y mis melancolías
hasta hoy; a finales de los noventa comenzó también mi vida matrimonial en su primera
versión. Cuando se comenzó a terminar el mundo, en el 2000, también comencé a
escribir de manera constante, disciplinada, y entonces también me establecí en
Ensenada como si no me fuera a ir jamás. Mi segunda versión matrimonial fue después
del 2013, y también apareció (como magia, por supuesto), mi hijo Gabriel
(escucho su voz mientras juega en el patio, aunque también la escucho cuando él
no está). Mi hijo se llama Gabriel por el otro Gabriel, mi Amigo, a quien conocí
en el CCH en los ochenta también. A la fecha he escrito trece novelas, si no me
falla la memoria, vivo mi tercer y último capítulo matrimonial (espero, y Eva
también), y voy al médico y le pregunto cosas que primero me parecen catastróficas
y luego me causan risa.
¿Viviré la siguiente década? Ayer llovió intensamente, y siempre me
pregunto si esas lluvias, si esa lluvia primaveral, será la última de la temporada.
A veces mi vida parece la de un muerto, la de un muerto feliz, si se
pudiera decir, pero solo parece; ciertos días, cuando despierto, me doy
cuenta de que sueño sin censura y a una velocidad inexplicable, pero ya no me sonrojo y continúo como si no hubiera pasado nada.
A lo largo de mis casi 30 años, hace algunos años atrás decidí que iba a morir siendo recordada, para lograrlo, quiero ser amable siempre. Procuro no preocuparme por la decada siguiente, aunque no le miento, me encantaría vivirlos, pero prefiero vivir el día. Esto tiene algo que ver con lo que leí? , siento que solo quise comentar por que es mi primer comentario, no había leído otros blogs!, saludos maestro!
ResponderEliminar:-)
EliminarEspero tus letras.