Hace
ya bastantes años, los suficientes para pensar en una pequeña vida,
discutimos con Huberto Batis sobre la transformación del lenguaje a
partir de una palabra ya entonces en desuso: pensil, también nombre
de una colonia en la Ciudad de México. Cualquiera puede argumentar
lo contrario en esta extensa comarca en donde el español rifa.
Estábamos en un salón de ventanales enormes con vista a la
Biblioteca Central y a los jardines de CU. Era claro: el lenguaje se
transforma, lo es.
En
José Trigo, de Fernando del Paso (Siglo XXI editores), encuentro un
lenguaje que se nos fue, el lenguaje del nuestros padres, de nuestros
abuelos, el portento, la riqueza de un español-materia viva en donde
va germinando la palabra nueva, y en donde se va olvidando el idioma
del pasado. ¿Nostalgia por las palabras perdidas? Ahí está
Fernando del Paso, barroco, insistente, memorioso, sabio de lo
incomprensible.
Nunca
olvidaré su capítulo 7, en la primera parte, a dos narraciones que
se entretejen como serpientes hambrientas, vivas, y que terminan por
devorarse. Prodigioso. Memorable su Ciudad de México primigenia, la
desolación rulfiana en un contexto urbano; la fuerza de sus
personajes moribundos, el peso de los féretros, de la búsqueda de
sí mismos en la historia que se va perdiendo, a trozos, como
nosotros mismos.
Y
José Trigo “Se puso los zapatos zapatotes del otro hombre”, y la
imagen imborrable de personaje que llego con la Eduviges sin zapatos,
y que se pone los del otro,
porque en este país no sólo heredamos la violencia, lo heredamos
todo, aunque nos quede grande la inmundicia, entre lo
inconmensurable, entre lo que no podemos entender. Y todos somos
todos, como un híperhumano que se extiende hasta el origen de todas
las soledades, de todos los dolores.
Para
cerrar: esta semana llovió al fin, con ganas, con rabia de madrugada
sedienta, y “la resolana de lluvia” alcanzó el amanecer. Y
cuando abrí los ojos, seguían faltando 43, y se me amargó el
ánimo, la boca, como la “palomina” de todos los pichones de la
ciudad, y la desesperanza se volvió a escapar. Pero el español
sigue vivo, telúrico, entre los vaivenes de la lengua, de la nación,
de las hojas como tumbas ultrajadas, como fosas recién descubiertas,
como venas abiertas, como padres llorando a sus hijos.
(Publicado en el suplemento Palabra: http://es.scribd.com/doc/245990082/EVPA1109 )
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