Finalmente encontré En la Patagonía
(Bruce Chatwin), en una versión económica de Anagrama (Quinteto).
Así pasa con los libros en México, como si fueran artículos de
segunda mano en los mercados de pulgas (aquí en Ensenada, Los
globos, simple y llanamente): los encuentras cuando ya perdiste
toda esperanza. Quizá fue en El
sótano, curiosamente lo olvidé, pero caminaba por el
centro de la Ciudad, con mi hijo en brazos y una multitud detrás y
delante de mi.
***
Otro día, en la calle de
Independencia, tuve miedo de morir, o de perder mi mochila, que es
como una mutilación. En el baño de un café, al que llegué con
extrema urgencia, estuve a punto del desmayo: una infección
estomacal me tomó por sorpresa. Bastaron dos pares de pastillas de
Loperamida, antibióticos recetados por un doctor que no quiso
darme la mano cuando lo saludé, para terminar con mi hermano Horacio
comiendo caldo de gallina, en Ayuntamiento. Después tomé el tranvía
que se va por Lázaro Cárdenas y pasé por la deslucida Tlatelolco,
que en otras épocas tuviera cierto brillo urbano.
***
A unos pasos de Alvaro Obregón, en la
colonia Roma, Gabriel y yo decidimos hacer una pausa, precisamente
frente a un gimnasio con grandes ventanas que daban a la calle.
Dentro, un numeroso grupo de mujeres y algunos hombres bailaban
mecánicamente. Nosotros, entrados en el cansancio de los cuarenta,
nos acomodamos sin siquiera acordarlo: la imagen de esas mujeres
sudorosas y agotadas, de los hombres con cierto aire afeminado, era
cautivadora. Efectivamente, parecíamos unos mirones atentos a los
bamboleos de la carne, pero quizá se trataba de otra cosa: de
disfrutar el agotamiento ajeno, de la liviandad de la noche mientras
otros se preocupaban por sus cuerpos más jóvenes.
Igual nos levantamos sin discutirlo, y
peinamos las calles aledañas, fotografiando la herrería de las
viejas casas, preguntando por postres, y esperando a la lluvia que
nunca llegó.
Terminamos cenando tacos de Alvaro O.
***
El departamento de Gabriel está en
Tacubaya, en el edificio Isabel (trazado por el arquitecto Juan
Segura).
Hace un tiempo, festejando un fin de
temporada de una puesta de Gabriel, lo recorrimos a la media noche
hablando de sus virtudes espaciales. Ibamos David, una chica muy
culta que atendía una tlapalería en calzada de Tlalpan, y yo. No
recuerdo el nombre de esa mujer, pero entre los alcoholes y entre su
encantadora charla, pasé una noche magnífica; le regalé casi como
agradecimiento una de mis novelas, pero nunca tuve un comentario. Lo
cierto es que habló del Art Decó, a propósito de la arquitectura
del inmueble, e incluso del origen de la palabra tlapalería: de la
voz náhuatl tlapalli, que significa "color".
Así es la Ciudad, la gente se pierde
con facilidad, pero muchos recuerdos perduran y se reproducen con
cada visita.
(texto publicado en el suplemento Palabra, del periódico El vigía:
http://www.elvigia.net/palabra/2014/8/24/palabra-agosto-2014-168083.html)
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