domingo, 1 de junio de 2014

La muerte le sonrió, cabrona




A Mejía de la Garza, in Memoriam

Mejía de la Garza... Antonio, ¿dónde está? Quizá muchos de nosotros no tengamos idea de su vida o de su historia, ni de porqué este encuentro está dedicado a él cada año. No tuve el gusto de conocerlo, pero a la mayoría de los escritores no tenemos acceso personal. No ando diciendo: miré a Roberto Bolaño y nos tomamos un café... o, abracé a Elena Poniatowska y se sintió agobiada después de que no la soltara, insistente... La verdad es que a la mayoría de nuestras lecturas les llamamos gente, escritores, pero a esa gente no la hemos visto nunca. Eso me sucede con Mejía de la Garza.

La otra cara de la moneda somos nosotros mismos. Nadie, o casi nadie, nos conoce en términos de cientos de miles de personas. ¿Quién me ha visto, quién sabe de mis miedos, quien sabe a las claras de mis perversiones? O más fácil: ¿Quién ha leído mis novelas?

“Mejía de la Garza murió de un infarto fulminante a los 51 años de edad...”. El hombre dejó probablemente a una familia, o a una amiga, o a un gran amor, pero eso no lo sé. No sé qué ambicionaba, ni puedo entender por qué llegó a Ensenada. Pero puedo imaginar el dolor que dejó en alguien, en lo inesperada de su partida, y un poco de su labor si aquí estamos recordándole.

¿Quién quiso, quiere, tanto a Mejía de la Garza? El acto de recordar es a veces un acto de amor.

Todos somos un poco Mejía de la Garza, todos somos un poco fantasmas, un poco presencias difusas, un poco más tangibles para los que tienen la razón de los recuerdos, para los que tienen la valentía del amor o para los que hacen de las personas buenas costumbres. No se mal entienda, las costumbres no son ni del todo malas ni del todo aburridas.

Hoy estoy aquí para pensar en Mejía de la Garza, no estoy para mis textos que, seguramente, nadie recordará, acaso mis amores, quizá mi esposa y mi hijo, quizá mi gran amante, que sigo esperando de broma, pero en serio. Lo cierto es que más vale escribir del que algunos recuerdan que escribir de sí mismo, que no sabemos si tendremos la fortuna de trascender más de una década, como él ha hecho.

No tuve la fortuna, decía, pero quizá en mi primer visita a Ensenada, en el lejano 1997, me cruzara con él en la calle y... Pero no conozco su rostro y mi memoria es humana, y sí a una descripción me aferro, quizá Mejía de la Garza “era una Isla, flotando en palabras, entre pirañas solares”. En sus palabras, ¿mirándose al espejo? La lectura es una libertad trepadora, por ponerle de alguna forma.

Para despedirme, él también escribió:

“No te marches
Porque a través del adiós
La muerte me sonríe”.

Y es la mejor manera de entenderlo, y más razón para la lectura, y sigo avanzando en el conocimiento de su persona: en tres líneas me parece que no era un tipo cursi, y que a pesar de lo que fuera, la muerte le sonrío, cabrona.

(Texto publicado en el suplemento Palabra, del periódico El vigía, y leído en el Encuentro de Escritores Mares de Tinta)

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