A Mejía de la Garza, in
Memoriam
Mejía de la Garza... Antonio, ¿dónde
está? Quizá muchos de nosotros no tengamos idea de su vida o de su
historia, ni de porqué este encuentro está dedicado a él cada año.
No tuve el gusto de conocerlo, pero a la mayoría de los escritores
no tenemos acceso personal. No ando diciendo: miré a Roberto Bolaño
y nos tomamos un café... o, abracé a Elena Poniatowska y se sintió
agobiada después de que no la soltara, insistente... La verdad es
que a la mayoría de nuestras lecturas les llamamos gente,
escritores, pero a esa gente no la hemos visto nunca. Eso me sucede
con Mejía de la Garza.
La otra cara de la moneda somos
nosotros mismos. Nadie, o casi nadie, nos conoce en términos de
cientos de miles de personas. ¿Quién me ha visto, quién sabe de
mis miedos, quien sabe a las claras de mis perversiones? O más
fácil: ¿Quién ha leído mis novelas?
“Mejía de la Garza murió de un
infarto fulminante a los 51 años de edad...”. El hombre dejó
probablemente a una familia, o a una amiga, o a un gran amor, pero
eso no lo sé. No sé qué ambicionaba, ni puedo entender por qué
llegó a Ensenada. Pero puedo imaginar el dolor que dejó en alguien,
en lo inesperada de su partida, y un poco de su labor si aquí
estamos recordándole.
¿Quién quiso, quiere, tanto a Mejía
de la Garza? El acto de recordar es a veces un acto de amor.
Todos somos un poco Mejía de la Garza,
todos somos un poco fantasmas, un poco presencias difusas, un poco
más tangibles para los que tienen la razón de los recuerdos, para
los que tienen la valentía del amor o para los que hacen de las
personas buenas costumbres. No se mal entienda, las costumbres no son
ni del todo malas ni del todo aburridas.
Hoy estoy aquí para pensar en Mejía
de la Garza, no estoy para mis textos que, seguramente, nadie
recordará, acaso mis amores, quizá mi esposa y mi hijo, quizá mi
gran amante, que sigo esperando de broma, pero en serio. Lo cierto es
que más vale escribir del que algunos recuerdan que escribir de sí
mismo, que no sabemos si tendremos la fortuna de trascender más de
una década, como él ha hecho.
No tuve la fortuna, decía, pero quizá
en mi primer visita a Ensenada, en el lejano 1997, me cruzara con él
en la calle y... Pero no conozco su rostro y mi memoria es humana, y
sí a una descripción me aferro, quizá Mejía de la Garza “era
una Isla, flotando en palabras, entre pirañas solares”. En
sus palabras, ¿mirándose al espejo? La lectura es una libertad
trepadora, por ponerle de alguna forma.
Para despedirme, él también escribió:
“No te marches
Porque a través del adiós
La muerte me sonríe”.
Y es la mejor manera de entenderlo, y
más razón para la lectura, y sigo avanzando en el conocimiento de
su persona: en tres líneas me parece que no era un tipo cursi, y que
a pesar de lo que fuera, la muerte le sonrío, cabrona.
(Texto publicado en el suplemento Palabra, del periódico El vigía, y leído en el Encuentro de Escritores Mares de Tinta)
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