Nos vamos acostumbrado a las ausencias.
¿Nos vamos acostumbrando?
A esos señores que perdieron la vida en los últimos tiempos, la mayoría jamás los miramos. Por lo que a mi respecta, siguen causando revuelo Julio Cortázar, Juan Rulfo, Roberto Bolaño, Guillermo Cabrera Infante e incluso, Carlos Fuentes. Un cadáver fresco, como el de Gabriel García Márquez, es polvo y nunca tuvo ese intenso tufo de la cadaverina, pero ahí está con sus inolvidables visiones de la realidad latinoamericana. Pero a los escritores los abordamos íntimamente, y en sus lecturas los vamos haciendo amigos, los vamos queriendo o detestando, y ahí en el librero tenemos piezas complejas de sus pensamientos, tardes de bromas macabras, vuelos existenciales, sentencias, construcciones, retoques, divagaciones, lucidez endemoniada... Son familiares. Entonces lloramos sólo a sus fantasmas, a lo que menos teníamos para nosotros.
A esos señores que perdieron la vida en los últimos tiempos, la mayoría jamás los miramos. Por lo que a mi respecta, siguen causando revuelo Julio Cortázar, Juan Rulfo, Roberto Bolaño, Guillermo Cabrera Infante e incluso, Carlos Fuentes. Un cadáver fresco, como el de Gabriel García Márquez, es polvo y nunca tuvo ese intenso tufo de la cadaverina, pero ahí está con sus inolvidables visiones de la realidad latinoamericana. Pero a los escritores los abordamos íntimamente, y en sus lecturas los vamos haciendo amigos, los vamos queriendo o detestando, y ahí en el librero tenemos piezas complejas de sus pensamientos, tardes de bromas macabras, vuelos existenciales, sentencias, construcciones, retoques, divagaciones, lucidez endemoniada... Son familiares. Entonces lloramos sólo a sus fantasmas, a lo que menos teníamos para nosotros.
Y sin embargo, me detengo angustiado
por la vida del amigo que nunca me miró, y me pregunto: ¿sufrió el
desgraciado? Julio Cortázar, renovador de la estructura del
lenguaje, murió de un proceso leucémico, o de la jodedera de un
virus cabrón, dirían otros. Roberto Bolaño, regenerador de la
literatura en castellano, de un grave mal hepático que lo enflacó y
lo hizo un tipo macabro y divertido. Guillermo Cabrera Infante,
indispensable de la cultura cubana y latinoamericana, de septicemia,
que suena a mordida de lagarto con baba infecta. Carlos Fuentes,
peligroso comunista para el FBI, de una hemorragia masiva, que debe
de ser mucho peor que las hemorragias apáticas. Y Juan Rulfo, el
NUESTRO, de cáncer de pulmón, intuyo de tanto andar en esos llanos
desolados en llamas. La neumonía de Gabriel García Márquez igual
la pescó en Macondo, con esas fiebres de selva incurables.
Muertes masivas, malas, celulares,
virales... Muertes lejanas a los fusilamientos, a las malas caídas,
a los suicidios masivos de ballenas, a los tropiezos en altitudes sin
oxígeno, a los choques de trenes o catástrofes aéreas. Ni muertes
de hambre, ni madres. Más cercanas a la cisticercosis y a las
transgresiones genéticas, a la locura de la reproducción celular y
a las bacterias asesinas. ¿Les dolió el cuerpo al morir? ¿Tuvieron
la perra claridad de los últimos momentos? ¿Tuvieron fe en los
antibióticos, en los tratamientos experimentales? ¿Cuánto duró su
resistencia a la muerte?
Está última pregunta es la que más
me atormenta como amigo (al menos lejano), como cercano lector, como
íntimo seguidor... ¿Cuánto dura la resistencia a la idea de que
vamos a morir? A esos hombres los queremos a ciegas pero a profundas
también, como si desde siempre fuéramos Nosotros, como si desde
siempre dijéramos somos Todos.
¿Cuál será nuestra fractura, nuestro
cansancio orgánico, nuestro veneno, nuestra liberación? Me duelen
las manos por eso de los túneles del carpo, pero lo que más me
duele, es México, ahí en la realidad de la ingle.
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