La gente que me conoce más o menos bien
sabe que escribo novelas. Algunos íntimos me
miran en el café escribiendo normalmente, como si fuera parte de un paisaje
aburrido; hay amigos que jamás me han visto escribir y jamás me han leído.
Quien me conoce un poco mejor, sabe que hay periodos en los que no escribo, y
que les llamo “entre novelas”, y que dedico a explorar, a investigar, a
escribir textos para mis blogs o simplemente cartas; son tiempos de planificación y
de reflexión. Hay quien me ha visto diariamente mientras escribo una o dos
novelas, y que me ha dicho que enloquezco un poco, y quienes piensan que soy
bueno, pero también quienes no creen que lo hago muy en serio. En general son
muy pocas las personas que han creído en mi (me han publicado en dos
ocasiones), y quienes han dicho que soy su escritor preferido sin que me amen.
En general dicen que soy pornográfico (evidentemente es poco apropiado el
término), y que escribo demasiadas “palabrotas”. Mi hijo, por ejemplo, me dice
"profesor" cuando se refiere a mi profesión, y cuando le digo que soy escritor no entiende nada.
Cuando no estoy escribiendo una novela me
siento un poco jodido, no le encuentro demasiada gracia a la vida; le doy
vuelta a viejas ideas, trato de concretar otras, leo, anoto
en mis pequeñas libretas que son el recipiente de los caldos de cultivo, y me
pregunto si volveré a escribir, si no será todo, si tendrán que pasar años para
que vuelva a generar una idea que considere buena y la desarrolle. Si le
pudiera llamar de alguna manera a éste tiempo, le llamaría crisis existencial
literaria, pero como la inseguridad domina, lo cuestiono y me siento un poco
ridículo.
He escrito 8 novelas, de las cuales he
descartado una por considerarla basura, dos están publicadas, una es
evidentemente aberrante, otra es el resultado de una mezcla de ideas aberrantes y
sutilezas humanas, otra me parece deliciosa, una más es mi preferida y
también perdedora del Tusquets de novela de éste año, y la última, que podría
ser… es decir, de la que sé poco porque ha tenido lectores callados o
simplemente demasiado ocupados. También he escrito dos obras de teatro que no
valen nada, y he hecho una adaptación con ayuda de una docena de personas de la
que no me siento orgulloso.
Fuera de eso, he escrito cientos de
cartas, algunas de las cuales han viajado a diversos lugares del mundo: desde
Santiago de Chile hasta Ámsterdam, o Barcelona, incluso Varsovia, pero
quedándose la gran mayoría en México, en destinos decadentes, turísticos, o
poco conocidos. Ahora mismo, muchas de mis cartas se quedan en Ensenada, y
tengo que aclarar: son cartas que responden a cuestiones ambientales, a razones
amorosas y a circunstancias excepcionales. Y sin embargo, por cuestiones
bioquímicas, estoy seguro que mis cartas no enamoran a nadie. Creo que la razón
entre las cartas enviadas y las recibidas es de diez a uno, lo que es también
un poco lamentable.
Por otro lado, mis blogs se mosquean, y
sólo una entrada ha tenido visitas por miles gracias a la influencia benigna de
buen Ramiro Padilla, lo que sin embargo causó que cerrara una página social por
la controversia que levantó. “Vamos a la chingada”, pensé, pero no fue del todo
malo.
Justamente, en éste tiempo cargante,
anticipo temas “interesantes” para la siguiente novela: temas sutiles, sublimes, como la degradación de la gente,
su descomposición; azucarados, como el amor y sus repeticiones hasta el hastío;
o de actualidad, como la descomposición social y los seres que se levantan de
esa miseria. Nada del otro mundo, por lo que me atasco en lo prosaico, y me
quedo a la intemperie de la creatividad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario