No recuerdo vacaciones tan relajantes,
será que era el momento preciso antes de colapsar. Los ingredientes
comunes: playa, mucho sol, cielos limpios, calles, café, lectura,
gente. Pero en cantidades perfectas, mezcladas con mi frustración,
mi cansancio, mi extravío. Resultado: el estrés desapareció por
unos días, mi cuerpo, grande como es, flotó en el agua del mismo
océano pero en otras latitudes, navegué por espacios abiertos,
probé comida deliciosa, tomé mucho café, miré a mucha gente y
platiqué con alguna, me desvelé pero me levanté tarde cada día,
valoré algunas cosas sobre las aguas malas y sobre mi futuro (no
llegué a nada concluyente). Me reí, busqué los ojos de
algunas mujeres, la presión de mis perros disminuyó en mi pecho, y
no quise regresar. Caminé, los
últimos días sudé y disfruté más el mar, la arena en mis pies,
la arena en mi culo, la arena colándose en mis testículos. Los
cadáveres fueron muchos: Gabriel García Márquez, dos peces globo,
un par de anguilas, una gaviota sin plumas, e incontables malaguas
(medusas) que descansaban en paz en la arena de Nuevo Vallarta; me
duele García Márquez, pero solo un poco, es decir, no me duele
nada, pero tiene otro tipo de impacto, más global: empobrece al
mundo la ausencia de ciertas personas.
Regresé.
Regresé.
Ya escribiré del significado de García
Márquez en la mecánica de la imaginación, de la visualización del
espacio, en su versión latinoamericana.
Aquí todo sigue igual, el aire cargado
de costumbres y de esporas que me hacen toser; una nitidez aburrida,
un reloj en retroceso para regresar al trabajo, los senderos, las
manías repetidas incontables veces. Aquí naufrago con lo cotidiano,
aquí es el imperio de lo repetitivo, la decadencia de las
responsabilidades basadas en los esquemas sociales. ¿Quién se
encarga de repetir una y otra vez lo que es correcto y lo que no?
Nosotros mismos, como sabios vulgares.
Mejor viaja, escapa, fornica, ladra...
¿Cómo no agachar la cabeza? Es de las cosas que tenemos que
aprender, y también a soltarnos la correa, a escabullirnos por
espacios reducidos.
He leído: “vamos a la playita” en
las redes sociales, de gente de la localidad. Me pregunto: ¿porqué
a mi no me sabe a playa esto? Me sabe a mar imbatible, a
ciencias del mar, a profundidad óptica, a productividad primaria,
pero no a tumbarme en la arena. Quizá sea el aire, la temperatura
del agua y el excremento de los caballos, el color de la arena...
Pero evidentemente lo tropical no es de aquí, y eso me pesa en el
momento de decidir hacer un hoyo en la playa y mirar como se llena de
agua. Prefiero mirar el paisaje humano.
Como sea, ya estoy aquí; primero llegó
mi cuerpo, y poco a poco va llegando lo demás.
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