miércoles, 18 de marzo de 2020

Cuarentena


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Los taqueros viven en clima bastante seguro: en el área estéril que se crea en torno al trompo pastorero, ninguna bacteria o virus sobrevive.

¿Cómo se vive la pandemia en los países en vías de desarrollo? No tenemos ejemplos con el COVID-19, aún no estamos como los asiáticos o los europeos.

La última entrada en este blog la escribí en el año 2018, ya después de varios fines del mundo. Esta vez tampoco habrá un cataclismo devastador, probablemente algunos de nosotros perezcamos, pero tengo la esperanza de que nadie que conozca desaparezca, de que funcionen los remedios caseros, el limón y la hierba del manso. Así es con las calamidades, las deseamos de lejos, nos parecen parte de una realidad de la que estamos exentos.

Ah, pero las expresiones humanas, aun en la soledad de los pocos casos (dos en Méxicali, menos de 100 en un país de más de 130 millones), son variadas, ingeniosas o ridículas: el papel higiénico desaparece en las grandes tiendas, y no falta quien haga de un brioso Licor Tonayán gel antibacterial.

¿Hay quien espera la temporada de saqueos?

¿Es posible hacer mascarillas invencibles, tés fortificantes del sistema inmunitario, mezclas fulminantes de paracetamol y vitaminas?

Todo cabe en una población sedienta de emociones fuertes, de acción para ponerle sal a la vida. Y en medio de la incertidumbre de los desinformados, y de la seguridad de los más ignorantes, unas vacaciones inesperadas: el aislamiento que apesta a andanzas como si no pasara nada y a parrandas a mitad de semana; la suspensión de labores que huele a vacaciones en Acapulco, o San Felipe, para no andar tan lejos de este terruño.

¿Qué sabemos los mexicanos de cuarentenas? ¿Cuándo recibimos el beneficio de quedarnos en casa cuando nos agripamos, cuándo dejamos de laborar a pesar de las anginas reventando y el cuerpo cortado? “Quédate en casa” es la ilusión de los desprotegidos, es el sueño de los obreros, la quimera de los asalariados, la esperanza de los agobiados por la vida insustancial del empleado… Para la clase trabajadora no producir significa no ingresar dinero. Y si por casualidad sucediera, por causas de fuerza mayor, ¿en serio nos vamos a guardar entre las cobijas y el miedo?

El miedo, conozco a algunos con ese miedo que acaricia al terror. Es una respuesta básica, la protección de los nuestros, la sobrevivencia; no es criticable. Pero sí que es divertido cuando lo exponen tan crudamente en público, cuando el gesto se convierte en paranoia, en el grito sin control en forma de imagen avisando que “en casa no se aceptan visitas”, cuando el comentario toma el cariz de petulante. Me da risa, pero una risa respetuosa no se crean, que soy muy cortés con la pavores de mis conocidos.

Por otro lado, ¿no es más riesgoso quedarse en casa? Temo al menos por mi salud mental, y por ello escribo estas notas en el café, con mi hijo frente a mi, ¿retando al destino? Ya veré otras señas y me encerraré en el estudio, pero no lo duden, en cualquier descuido, escaparé.