Los taqueros viven en clima bastante seguro: en el área estéril
que se crea en torno al trompo pastorero, ninguna bacteria o virus sobrevive.
¿Cómo se vive la pandemia en los países en vías de desarrollo?
No tenemos ejemplos con el COVID-19, aún no estamos como los asiáticos o los europeos.
La última entrada en este blog la escribí en el año 2018,
ya después de varios fines del mundo. Esta vez tampoco habrá un cataclismo devastador,
probablemente algunos de nosotros perezcamos, pero tengo la esperanza de que nadie
que conozca desaparezca, de que funcionen los remedios caseros, el limón y la
hierba del manso. Así es con las calamidades, las deseamos de lejos, nos parecen
parte de una realidad de la que estamos exentos.
Ah, pero las expresiones humanas, aun en la soledad de
los pocos casos (dos en Méxicali, menos de 100 en un país de más de 130
millones), son variadas, ingeniosas o ridículas: el papel higiénico desaparece
en las grandes tiendas, y no falta quien haga de un brioso Licor Tonayán gel antibacterial.
¿Hay quien espera la temporada de saqueos?
¿Es posible hacer mascarillas invencibles, tés
fortificantes del sistema inmunitario, mezclas fulminantes de paracetamol y vitaminas?
Todo cabe en una población sedienta de emociones fuertes,
de acción para ponerle sal a la vida. Y en medio de la incertidumbre de los
desinformados, y de la seguridad de los más ignorantes, unas vacaciones
inesperadas: el aislamiento que apesta a andanzas como si no pasara nada y a
parrandas a mitad de semana; la suspensión de labores que huele a vacaciones en
Acapulco, o San Felipe, para no andar tan lejos de este terruño.
¿Qué sabemos los mexicanos de cuarentenas? ¿Cuándo
recibimos el beneficio de quedarnos en casa cuando nos agripamos, cuándo dejamos
de laborar a pesar de las anginas reventando y el cuerpo cortado? “Quédate en
casa” es la ilusión de los desprotegidos, es el sueño de los obreros, la quimera
de los asalariados, la esperanza de los agobiados por la vida insustancial del
empleado… Para la clase trabajadora no producir significa no ingresar dinero. Y
si por casualidad sucediera, por causas de fuerza mayor, ¿en serio nos vamos a guardar
entre las cobijas y el miedo?
El miedo, conozco a algunos con ese miedo que acaricia al
terror. Es una respuesta básica, la protección de los nuestros, la sobrevivencia;
no es criticable. Pero sí que es divertido cuando lo exponen tan crudamente en
público, cuando el gesto se convierte en paranoia, en el grito sin control en
forma de imagen avisando que “en casa no se aceptan visitas”, cuando el
comentario toma el cariz de petulante. Me da risa, pero una risa respetuosa no
se crean, que soy muy cortés con la pavores de mis conocidos.
Por otro lado, ¿no es más riesgoso quedarse en casa? Temo
al menos por mi salud mental, y por ello escribo estas notas en el café, con mi
hijo frente a mi, ¿retando al destino? Ya veré otras señas y me encerraré en el
estudio, pero no lo duden, en cualquier descuido, escaparé.