¿Cuándo
comenzó la gente a descuartizar, a cortar partes de otras personas?
Probablemente lo ha hecho siempre. “Siempre” es mucho tiempo, “siempre” es toda
la existencia, incluso cuando el hombre era otra cosa, un animal desnudo
emparentado con los homínidos. ¿Por qué habría de cortar las manos, las piernas
de alguien?, ¿para esconder, para alimentarme, para vengarme? Cristianamente no
hubo una prohibición explícita: NO mutilarás los cuerpos ajenos; aunque NO
codiciarás los vienes ajenos podría estar emparentado, o NO matarás, por
supuesto.
Juan Carlos
Hernández, el Monstruo de Ecatepec, tuvo que mutilar muchos cuerpos, y quiero
pensar que lo hacía cuando las víctimas ya estaban muertas.
En términos
biológicos, no habría porque asustarnos la sangre ajena: desmembramos animales
sin que nos tiemblen las manos. ¿El señor Juan imaginaba que las mujeres eran
animales? También las cocinaba para vender los huesos después en el mercado
negro (mercado macabro o comercio oscuro, no sé). ¿Qué hacía con la carne?, la
comía, la daba a sus perros y a sus hijos. ¿Cuántos kilos de carne daba una
mujer, se fijaba en esos detalles?
Una de las
víctimas fue citada temprano para que fuera la primera en mirar la ropa de una
paca, y así escoger lo mejor; un plan sencillo que yo no podría haber imaginado:
cuando la mujer llegaba no había nadie más, entraba en la casa y simplemente ya no salía.
Una trampa, una trampa para humanos.
A los monstruos nos los presentaban físicamente desagradables, deformes, extraordinariamente feos; era fácil
identificarlos; los monstruos reales son como nosotros, como si nos miráramos
en un espejo. Nuestros monstruos destazan, pero antes piden sexo oral; nuestros
monstruos sienten dolor, se perciben heridos, ellos le dicen “patrón” a la autoridad
y creen que limpian el mundo; ¿ellos son los filtros de la humanidad? Con qué
entereza pasean por las calles con partes humanas, con que orgullo tiran las
bolsas en terrenos baldíos.
La lucha es
desigual: no podemos saber quién son, sonríen amablemente y dicen “gracias”, “buenos
días”, “que bien se mira usted hoy”, y quizá en ese momento les demos antojo y
después quien sabe, quizá terminemos como platillo principal.