No me sorprendió
no aparecer entre los escritores bajacalifornianos, es obvio, no soy de Baja
California, y lo mismo no he hecho méritos suficientes para aparecer en cualquier
lista. Tampoco está el celebérrimo Daniel Salinas, regio curtido en Tijuana, ni
Rael Salvador, escritor que además ha trabajado fuertemente en el activismo
cultural y promoción de los escritores malaventurados… No está la mayoría de
los escritores que conozco.
No hay muchos
nombres, pero los hay de buena raza, pero no vamos a hablar de ellos, algunos
que en paz descansen, que tienen bien labrada su fama, no necesariamente su
lugar en la historia de los no olvidados. Vamos a hablar de los que pican
piedra, los que hacen sus presentaciones aún con ilusión; los que viajan promocionando
sus letras, los que toman cerveza con colegas de otros aires, los temerarios
que decidieron publicar su propia obra y mirar al frente. Ahí está Ramiro Padilla
(definitivamente ensenadense), héroe de los escritores desprotegidos, incansable
y vividor, escritor de esos que se hacen querer a golpe de hoja; ni Juan José
Luna, que es de mis preferidos (nayarita, por cierto, pero tijuanense por piel),
con ese aire de soledad que le sienta tan bien a los escritores jóvenes.
Nadie que presuma
cierta decencia desea estar en un directorio o diccionario, me parece,
pero ¿qué significa estar, pertenecer a ese “selecto” grupo?, ¿es una mudanza de
círculo del infierno? Jorge Valenzuela estaría en el noveno (el de los
gigantes, según Dante), con sus textos marginales tratando de explicar las
cosas bien simples de la vida. Juan José Luna estaría en la Laguna Estigia, con
los tristes; Ramiro Padilla definitivamente con los Herejes.
No quiero
pensarlo, pero mi lugar, por inclinación, estaría en el de los lujuriosos.
Mirar a mis
compañeros desde la pasividad del que no presenta y no publica, y no estrecha
lazos con los colegas, me da una visión muy clara de la lucha infernal que se
da por sobresalir. Creo que Ramiro se ha vuelto cosmopolita y al menos incuba
una felicidad llenadora, y creo que Juan José Luna debe sufrir otro poco para
parir su mejor obra. Creo que Jorge, el más sencillo de nosotros, el más
humilde también, el que menos ha viajado y... el que se despedaza cuando
escribe y cuando vive, necesita solo de tiempo para mostrarnos lo que sus ojos
van tragando, lo que va entendiendo, lo que va masticando y tragando como si
fueran navajas de afeitar.
Y a diferencia de
lo que dice Adán Echeverría en un texto pueril e insufrible (La literatura no es para débiles, en A los 4
vientos): “pónganse a escribir y dejen de hacer estupideces”, yo diría: primero
hagan estupideces y luego escriban, y también agregaría: la literatura es incluso
para los que escriben mal o los que no son leídos, o los que no son brillantes,
ni siquiera disciplinados… La literatura es también para los cobardes, para los
solitarios y los que no tenemos futuro.
La literatura es para todos, pues, y casi ningún camino llega a la fama en cualquiera de sus versiones, pero todos los caminos son la vida misma (la vida misma que se extingue, por supuesto).