A veces regreso a mis viejas lecturas,
abro Sexus y siento un poco envejecido a Miller, pero entre más leo, me voy
acomodando mejor y termina por atraparme de nuevo, como si fuera un viejo
vicio. Poco después me encuentro haciendo nuevas anotaciones, subrayando otras
líneas, ratificando normalmente mis antiguas acotaciones, y disfruto. ¿Qué libro
he leído tanto como a Sexus? No a Plexus ni Nexus, probablemente Trópico de
cáncer. Otros que quizá he leído más de una vez son algunos de Kundera (El arte
de la novela, o La broma), probablemente a Rulfo y ah… La Ilíada, un muy viejo
gusto, obsesivo, que guardo desde la adolescencia.
Recientemente leí La ciudad y los perros,
y me pregunto si la volveré a leer. No regreso a un libro no porque no me
guste, a veces son trascendentales, pero creo que pasarán años antes de que
pueda enfrentarlos de nuevo; me pasa con José Trigo o Palinuro de México (Fernando del Paso), por
ejemplo. La ciudad y los perros me pareció muy equilibrada, por decirlo sin
mucho escándalo, pero si me suelto un poco diría que es una novela perfecta de
acuerdo a mis criterios (ritmo, voces, contrastes, incluso tiempos
dramáticos); me parece muy cuidada, y con personajes entrañables: a veces veo a
uno de mis alumnos más indómitos y recuerdo al Jaguar. El Jaguar se aparece
constantemente en mis pensamientos, me parece verlo, lo mismo que al Poeta o al
Esclavo. Existen, como Teresa, y ese es un logro monumental de Vargas Llosa.
Es muy difícil pensar en una novela
favorita, a lo largo de una vida de lectura he respondido a diferentes maneras
de plantear la narrativa, y en este punto se pueden acomodar en librero los textos que he leído fascinado; son muchos, pero no por eso los he leído múltiples
veces: 2666 y los Detectives salvajes (Roberto Bolaño); La vida instrucciones
de uso (Perec), Rayuela (Cortázar), Luz de agosto (Faulkner)… Los pasos
perdidos (Carpentier), Tres tristes tigres (Cabrera Infante)… Incluso el Cuarteto
de Alejandría, de Durrell, tan desdeñada por la crítica, y que a mi me pareció
un trabajo formidable y panorámico; o Proust, que me hizo tener otro ritmo
fisiológico cuando lo leía.
Y así se puede ir la lista, probablemente
debilitándose con las lecturas de hace dos décadas, o tres. Sí del tiempo
dependiera, las mejores lecturas serían las últimas: Elena Garro, que me gustó
enormemente, o Chatwin, o Sada. Pero hay novelas que perduran atemporalmente:
Lolita (Nabokov), Gargantúa y Pantagrúel (Rabelais), Me llamo Rojo (Pamuk)… O
las deliciosas novelas de Mishima, o las fantasías encantadoras de Vian, Las
amistades peligrosas (epistolar, de Pierre Choderlos de Laclos), o Hermosos y
malditos (de Fitzgerald), que después encontré tenue en José Agustín. Los
gringos, como Corre conejo (Updike), que en su tiempo fueron una revolución en
mis entrañas, Pastoral americana (Roth), El Guardián entre el centeno
(Saliger)… o novelas más ligeras, como El
mundo según Garp (Irving)…
Y los que he olvidado, y los que no he
creído tan buenos. Todos los libros se acomodan en algún lugar, y tengo la teoría que una pequeña parte de cada uno de ellos está en nosotros, que
las lecturas son una acumulación de eventos y manías estilísticas
inconscientes, y que se expresan sin darnos cuenta.
Y entonces, ¿en dónde se acomoda La
ciudad y los perros? Ahí en donde los latinoamericanos reinan (no por
afinidades estilísticas), en donde está Borges y sus cuentos, en donde está
Carlos Fuentes (La región más transparente), Gabriel García Márquez (¿qué
novela pondría de él?)… Ahí en donde está Lezama Lima (Paradiso), donde está
Bioy Casares (La invención de Morel), donde también está Pligia (Plata
quemada)… En donde está Paz, Pacheco, Arreola… Y si me pongo amoroso y hago las
cosas con equilibrio, en donde está Gustavo Sainz (La princesa del Palacio de Hierro),
o Ibargüengoitia (Relámpagos de agosto), o la extensa obra de José Agustín
enamorado de Angélica María, y claro, la nueva generación, que en realidad, son
varias generaciones bien nutridas.
Pero ahí muere, todo para decir que La
ciudad y los perros me pareció magnífica, compleja, completa… Y poco más, y que me hizo conocer a un Llosa diferente de La casa verdé (que he olvidado casi por complejo), o El elogio de la madrastra, que no pasó de una anécdota literaria (para mi, evidentemente).