miércoles, 14 de septiembre de 2016

La ciudad y los perros



A veces regreso a mis viejas lecturas, abro Sexus y siento un poco envejecido a Miller, pero entre más leo, me voy acomodando mejor y termina por atraparme de nuevo, como si fuera un viejo vicio. Poco después me encuentro haciendo nuevas anotaciones, subrayando otras líneas, ratificando normalmente mis antiguas acotaciones, y disfruto. ¿Qué libro he leído tanto como a Sexus? No a Plexus ni Nexus, probablemente Trópico de cáncer. Otros que quizá he leído más de una vez son algunos de Kundera (El arte de la novela, o La broma), probablemente a Rulfo y ah… La Ilíada, un muy viejo gusto, obsesivo, que guardo desde la adolescencia.

Recientemente leí La ciudad y los perros, y me pregunto si la volveré a leer. No regreso a un libro no porque no me guste, a veces son trascendentales, pero creo que pasarán años antes de que pueda enfrentarlos de nuevo; me pasa con José Trigo o Palinuro de México (Fernando del Paso), por ejemplo. La ciudad y los perros me pareció muy equilibrada, por decirlo sin mucho escándalo, pero si me suelto un poco diría que es una novela perfecta de acuerdo a mis criterios (ritmo, voces, contrastes, incluso tiempos dramáticos); me parece muy cuidada, y con personajes entrañables: a veces veo a uno de mis alumnos más indómitos y recuerdo al Jaguar. El Jaguar se aparece constantemente en mis pensamientos, me parece verlo, lo mismo que al Poeta o al Esclavo. Existen, como Teresa, y ese es un logro monumental de Vargas Llosa.

Es muy difícil pensar en una novela favorita, a lo largo de una vida de lectura he respondido a diferentes maneras de plantear la narrativa, y en este punto se pueden acomodar en librero los textos que he leído fascinado; son muchos, pero no por eso los he leído múltiples veces: 2666 y los Detectives salvajes (Roberto Bolaño); La vida instrucciones de uso (Perec), Rayuela (Cortázar), Luz de agosto (Faulkner)… Los pasos perdidos (Carpentier), Tres tristes tigres (Cabrera Infante)… Incluso el Cuarteto de Alejandría, de Durrell, tan desdeñada por la crítica, y que a mi me pareció un trabajo formidable y panorámico; o Proust, que me hizo tener otro ritmo fisiológico cuando lo leía.

Y así se puede ir la lista, probablemente debilitándose con las lecturas de hace dos décadas, o tres. Sí del tiempo dependiera, las mejores lecturas serían las últimas: Elena Garro, que me gustó enormemente, o Chatwin, o Sada. Pero hay novelas que perduran atemporalmente: Lolita (Nabokov), Gargantúa y Pantagrúel (Rabelais), Me llamo Rojo (Pamuk)… O las deliciosas novelas de Mishima, o las fantasías encantadoras de Vian, Las amistades peligrosas (epistolar, de Pierre Choderlos de Laclos), o Hermosos y malditos (de Fitzgerald), que después encontré tenue en José Agustín. Los gringos, como Corre conejo (Updike), que en su tiempo fueron una revolución en mis entrañas, Pastoral americana (Roth), El Guardián entre el centeno (Saliger)…  o novelas más ligeras, como El mundo según Garp (Irving)…

Y los que he olvidado, y los que no he creído tan buenos. Todos los libros se acomodan en algún lugar, y tengo la teoría que una pequeña parte de cada uno de ellos está en nosotros, que las lecturas son una acumulación de eventos y manías estilísticas inconscientes, y que se expresan sin darnos cuenta.

Y entonces, ¿en dónde se acomoda La ciudad y los perros? Ahí en donde los latinoamericanos reinan (no por afinidades estilísticas), en donde está Borges y sus cuentos, en donde está Carlos Fuentes (La región más transparente), Gabriel García Márquez (¿qué novela pondría de él?)… Ahí en donde está Lezama Lima (Paradiso), donde está Bioy Casares (La invención de Morel), donde también está Pligia (Plata quemada)… En donde está Paz, Pacheco, Arreola… Y si me pongo amoroso y hago las cosas con equilibrio, en donde está Gustavo Sainz (La princesa del Palacio de Hierro), o Ibargüengoitia (Relámpagos de agosto), o la extensa obra de José Agustín enamorado de Angélica María, y claro, la nueva generación, que en realidad, son varias generaciones bien nutridas.

Pero ahí muere, todo para decir que La ciudad y los perros me pareció magnífica, compleja, completa… Y poco más, y que me hizo conocer a un Llosa diferente de La casa verdé (que he olvidado casi por complejo), o El elogio de la madrastra, que no pasó de una anécdota literaria (para mi, evidentemente).

jueves, 1 de septiembre de 2016

Sobre la muerte de Nicolás Alvarado




Hay algo que me molesta en todo este lío de Nicolás Alvarado y su artículo publicado en Milenio (y claro, su renuncia a la dirección de TV UNAM). El artículo me pareció chocante, y otros mejores que yo hicieron trizas sus argumentos (como el texto de Yuri Vargas en Círculo de poesía). Pero, en verdad, ¿era para tanto? Es decir, ¿le debemos respeto reverencial a todos los ídolos populares? Que fuera estúpido o no, que hiciera alarde de conocimientos errados, que no tuviera una pizca de sensibilidad ante el dolor de las multitudes no me parece algo extraño. Todos los días nuestros políticos hacen algo semejante (y si no, nada más miren al señor presidente, con sus reuniones pomposas y absurdas).

Me parece que no era para tanto, a pesar de que a mi sí me gustan (por diositolindo) algunas canciones de Juanga (quizá varías, no me atrevo a decir muchas), que su sangriento sacrificio no era necesario. Ahora bien, no me refiero a su salida de TV UNAM, que a todas luces me parece más que adecuada, pero no por su texto en Milenio.

Yo creo que un derecho fundamental es el de poder escribir, aunque lo hagamos mal, aunque no seamos finos, aunque seamos petulantes o idiotas. Él tuvo una respuesta feroz a su artículo, hubo otros más diestros, más ilustrados, que lo pusieron en su lugar. Está bien, a lo que sigue, pero no desapareció a 43, ni tuvo una desastrosa administración gobernando al país, ni… En TV UNAM hizo un desmadre, y despidió, dicen, a gente con experiencia y al parecer bajo la regencia de otras empresas televisivas, pero, ¿quién lo puso ahí, y por qué razón?

Es decir, su salida de TV UNAM debe responder únicamente a sus actos en dicha institución, o a los actos que afecten su reputación profesional, no sus ideas sobre una persona o un tema, por más clasistas que parezcan, cuando no se sale de una postura que finalmente está dando al público, para su lectura, su análisis y su crítica.

¿Se puede ser una mala persona y hacer trabajos sublimes? E insisto, no lo digo precisamente por él.

Si de algo adolecemos en México es de la capacidad para autocriticarnos, y además, de la crítica bien fundamentada; la crítica educada escasea. No digo que Nicolás hiciera una crítica adecuada y pertinente, pero lo mejor que podemos hacer es responder adecuadamente y no discriminatoriamente, como se dio en muchos medios, entre la grosería desmesurada.

Por supuesto, otros defenderán su derecho de mentarle la madre, y yo digo que… Pues que está bien, que chingue su madre, pero no pasa nada: siempre me ha desagradado el drama.

(Quizá este texto me lleve a renunciar a mi trabajo después del desagrado que cause).