jueves, 18 de agosto de 2016

Los recuerdos del porvenir



 
¿Cuánto se ha dicho de Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro? Encuentro muchas páginas en la Internet que hablan de la novela, y cuestiono algunas, o cuestiono mi lectura. Así es con la literatura y la apreciación (o la incapacidad) personal.

“Literatura histórica mexicana contemporánea” dice algún párrafo, o “no creo que la presencia de lo sobrenatural en el texto sea ni tan relevante ni tan clara como en las obras posteriores de Rulfo o García Márquez”, lo que me asombra, cuando para mi es definitivamente maravilloso a la manera de lo mágico, para insistir en esos términos. Lo de literatura mexicana… Es ahí en donde puedo entender que efectivamente nos encuentro en esas páginas. Y no es trivial, nos podemos encontrar en muchas obra literarias turcas, españolas, argentinas, cubanas… Finalmente somos personas… Pero hay en la obra de Rulfo, o de Elena Garro, algo intensamente nuestro, algo que me sabe a desesperanza, a nosotros mismos en un contexto multidimensional, a la manera de lo mágico, como ya escribí.

En el momento de la lectura, estaba yo entre la recreación del México en esa primera etapa de la guerra cristera (si mi vagos conocimientos de historia no me fallan), y los dramas de las películas de la época de oro del cine mexicano (lo que de ninguna manera quiero que sea el signo de Los recuerdos del porvenir, que es abismal en su profundidad, sin que falten las divas, los matones y los héroes). Pero ahí está también ese sabor de lo incomprensible, de lo latinoamericano en su dimensión más compleja: el misticismo y su relación con la vida cotidiana; la del tiempo que se detiene y que avanza con el ritmo de las desgracias. Pero también aborda aspectos más simples: el amor desnudo y llano, y que lo mismo es el motor de la vida, y de la destrucción; y la melancolía, y el miedo más humano.

Si me quedo con un momento de la novela, de esos que se hacen eternos, me quedo con la fiesta, como un evento para el disfrute de la colectividad, que se hace eterno y angustioso, en una contradicción ideal para la naturaleza de una novela perfecta también, como una broma macabra, un juego que inmediatamente encuentro en las ideas de Kundera.