domingo, 13 de noviembre de 2016

El lenguaje de los ordinarios





Siempre, en determinado momento, hay una multitud de voces que llegan de todos los lugares, incluso en nosotros mismos. Cada uno dice lo que piensa, para lo que le alcanza, lo que tosca o delicadamente fuimos aprendiendo con el tiempo; acumulamos información desde que nacemos y nos vamos decantando en la posición ideológica que nos toca, como si fuera el destino. Influyen muchas cosas: la educación de quienes nos rodean, las costumbres sencillas o sofisticadas, el espacio social en donde nos movemos… A veces nacemos conservadores, a veces nacemos revolucionarios. Suele haber escisiones, cismas que nos acomodan en otras esferas, momentos que son propicios para hacernos de ideas radicales y lenguajes diferentes, que nos empobrecen o que nos enriquecen (si tomamos en cuenta la calidad de las ideas).

En un país ocurre lo mismo, los miembros de la familia nacional con más influencia se hacen sentir e imponen un ritmo diferente a la cotidiana mexicana, los tiempos que corren son una mezcla de la historia, del poder y sus miembros, de la pugna por ese poder, del empuje de nuevas ideas (propias y extranjeras), de la política internacional, de las tendencias económicas, de las presiones ambientales… Todo eso hace el presente y perfila el futuro, y todo ello es la materia prima del lenguaje de las mayorías (y de las minorías, por cierto).

Tenemos así el presidente que nos merecemos, y creo que en la historia hay terror pero no injusticia en términos lo absurdo (la injusticia social es otro plano que nos moldea); tenemos los policías que nos merecemos, los servicios médicos, la educación, la impartición de justicia que nos hemos ganado: eso es lo que hemos logrado con el lenguaje que tenemos.

Nuestro lenguaje es ordinario, utilizamos conceptos vulgares, no tenemos el conocimiento del bien común, el saber de lo que implica ser parte de una comunidad, la responsabilidad compartida de lo otro, de lo que no somos nosotros mismos. En la cercanía somos machistas, racistas, y violentos en un grado extremo, y en la ceguera de nuestros días entendemos todo ello como algo normal.

Pero algunos manejan otros conceptos, se comunican con otras formas, y esa elite mira la realidad aterrada, descompuesta, llorosa e indignada, como mínimo. Entiende el entorno, la amenaza de lo brutal, la sutileza del dolor ajeno, incluso la perrada del maltrato animal, la simpleza del abordaje de la realidad por las mayorías. Sin embargo, ¿podemos entendernos con ellos? A penas nos encontramos en terrenos nuevos y comenzamos a trastabillar, incendiamos los espacios en donde existe la posibilidad de espacios mejores, de convivencias superiores; el diálogo no existe, la comunicación básica se convierte en un camino tortuoso en donde salimos mal librados. El lenguaje de los ordinarios es simple y es limitado: es más sencillo decir una maldición que explicar un estado anímico, es más fácil decir un piropo que comprender la naturaleza de una ofensa, más sencillo desear la muerte que la educación del prójimo, más sencillo incendiar que levantar. Pero es un lenguaje efectivo, sólo se quejan los que pertenecen a la elite de los bien hablados, de los bien entendidos: malo cuando el piropo, la chanza callejera, es para la persona inadecuada, cuando la expresión obscena no va dirigida a la persona tolerante… entonces, el idioma de los educados se hace escuchar… un poco.

La ofensa tiene emisor y receptor, a veces la ofensa es tan común que parece que es la acción natural, la respuesta social adecuada ante un evento determinado: la edecán bailando frente a la licorería, la falda muy corta, el escote pronunciado... E incluso, me atrevo a decir, que muchas de esas agresiones no son mal tomadas, que son el efecto esperado antes un actitud también valorada más o menos concienzudamente.

Aun en el entendido de lo permitido y no, hay una expresión sobre de toda duda: el lenguaje de la brutalidad, de la maldad, o de la crueldad. Ahí están todos los males superiores, los que se acomodan sobre la cordialidad, sobre de la jocosidad del mexicano, sobre de su machismo o sus bromas domingueras de sexo entre pechugonas y hombres súper dotados: ahí están los desaparecidos, los muertos, los calcinados, los descuartizados, las mujeres que sembraron los campos norteños con ausencias notorias en sus cuerpos, las que se peinaron para verse bien y no se les volvió a ver. En ese espacio las palabras sobran e impera el reino de las expresiones de desesperación, de dolor, de angustia. En ese lugar endemoniado, todos parecemos entender.

¿Será la revolución la unificación de los entenderes del medio humano, social?, ¿el manejo de conceptos comunes?

En el país vecino, en las votaciones pasadas, habló la generalidad, la comunión de ideas de un gran grupo, la desfachatez de unos millones, el odio, el rechazo, la buena vibra de los vulgares, y en términos del lenguaje de la democracia, hablaron claramente.

Nada es más fuerte que la voz que plantea las cosas con claridad, y ellos lo hicieron, para sorpresa de los engreídos bienpensantes, de los vanidosos del buen saber.

domingo, 23 de octubre de 2016

Entre novelas





La gente que me conoce más o menos bien sabe que escribo novelas. Algunos íntimos me miran en el café escribiendo normalmente, como si fuera parte de un paisaje aburrido; hay amigos que jamás me han visto escribir y jamás me han leído. Quien me conoce un poco mejor, sabe que hay periodos en los que no escribo, y que les llamo “entre novelas”, y que dedico a explorar, a investigar, a escribir textos para mis blogs o simplemente cartas; son tiempos de planificación y de reflexión. Hay quien me ha visto diariamente mientras escribo una o dos novelas, y que me ha dicho que enloquezco un poco, y quienes piensan que soy bueno, pero también quienes no creen que lo hago muy en serio. En general son muy pocas las personas que han creído en mi (me han publicado en dos ocasiones), y quienes han dicho que soy su escritor preferido sin que me amen. En general dicen que soy pornográfico (evidentemente es poco apropiado el término), y que escribo demasiadas “palabrotas”. Mi hijo, por ejemplo, me dice "profesor" cuando se refiere a mi profesión, y cuando le digo que soy escritor no entiende nada.

Cuando no estoy escribiendo una novela me siento un poco jodido, no le encuentro demasiada gracia a la vida; le doy vuelta a viejas ideas, trato de concretar otras, leo,  anoto en mis pequeñas libretas que son el recipiente de los caldos de cultivo, y me pregunto si volveré a escribir, si no será todo, si tendrán que pasar años para que vuelva a generar una idea que considere buena y la desarrolle. Si le pudiera llamar de alguna manera a éste tiempo, le llamaría crisis existencial literaria, pero como la inseguridad domina, lo cuestiono y me siento un poco ridículo.

He escrito 8 novelas, de las cuales he descartado una por considerarla basura, dos están publicadas, una es evidentemente aberrante, otra es el resultado de una mezcla de ideas aberrantes y sutilezas humanas, otra me parece deliciosa, una más es mi preferida y también perdedora del Tusquets de novela de éste año, y la última, que podría ser… es decir, de la que sé poco porque ha tenido lectores callados o simplemente demasiado ocupados. También he escrito dos obras de teatro que no valen nada, y he hecho una adaptación con ayuda de una docena de personas de la que no me siento orgulloso.

Fuera de eso, he escrito cientos de cartas, algunas de las cuales han viajado a diversos lugares del mundo: desde Santiago de Chile hasta Ámsterdam, o Barcelona, incluso Varsovia, pero quedándose la gran mayoría en México, en destinos decadentes, turísticos, o poco conocidos. Ahora mismo, muchas de mis cartas se quedan en Ensenada, y tengo que aclarar: son cartas que responden a cuestiones ambientales, a razones amorosas y a circunstancias excepcionales. Y sin embargo, por cuestiones bioquímicas, estoy seguro que mis cartas no enamoran a nadie. Creo que la razón entre las cartas enviadas y las recibidas es de diez a uno, lo que es también un poco lamentable.

Por otro lado, mis blogs se mosquean, y sólo una entrada ha tenido visitas por miles gracias a la influencia benigna de buen Ramiro Padilla, lo que sin embargo causó que cerrara una página social por la controversia que levantó. “Vamos a la chingada”, pensé, pero no fue del todo malo.

Justamente, en éste tiempo cargante, anticipo temas “interesantes” para la siguiente novela: temas sutiles, sublimes, como la degradación de la gente, su descomposición; azucarados, como el amor y sus repeticiones hasta el hastío; o de actualidad, como la descomposición social y los seres que se levantan de esa miseria. Nada del otro mundo, por lo que me atasco en lo prosaico, y me quedo a la intemperie de la creatividad.

Lo que sea, quiero pensar, esperanzado, que la mejor novela será siempre la que esté por venir.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

La ciudad y los perros



A veces regreso a mis viejas lecturas, abro Sexus y siento un poco envejecido a Miller, pero entre más leo, me voy acomodando mejor y termina por atraparme de nuevo, como si fuera un viejo vicio. Poco después me encuentro haciendo nuevas anotaciones, subrayando otras líneas, ratificando normalmente mis antiguas acotaciones, y disfruto. ¿Qué libro he leído tanto como a Sexus? No a Plexus ni Nexus, probablemente Trópico de cáncer. Otros que quizá he leído más de una vez son algunos de Kundera (El arte de la novela, o La broma), probablemente a Rulfo y ah… La Ilíada, un muy viejo gusto, obsesivo, que guardo desde la adolescencia.

Recientemente leí La ciudad y los perros, y me pregunto si la volveré a leer. No regreso a un libro no porque no me guste, a veces son trascendentales, pero creo que pasarán años antes de que pueda enfrentarlos de nuevo; me pasa con José Trigo o Palinuro de México (Fernando del Paso), por ejemplo. La ciudad y los perros me pareció muy equilibrada, por decirlo sin mucho escándalo, pero si me suelto un poco diría que es una novela perfecta de acuerdo a mis criterios (ritmo, voces, contrastes, incluso tiempos dramáticos); me parece muy cuidada, y con personajes entrañables: a veces veo a uno de mis alumnos más indómitos y recuerdo al Jaguar. El Jaguar se aparece constantemente en mis pensamientos, me parece verlo, lo mismo que al Poeta o al Esclavo. Existen, como Teresa, y ese es un logro monumental de Vargas Llosa.

Es muy difícil pensar en una novela favorita, a lo largo de una vida de lectura he respondido a diferentes maneras de plantear la narrativa, y en este punto se pueden acomodar en librero los textos que he leído fascinado; son muchos, pero no por eso los he leído múltiples veces: 2666 y los Detectives salvajes (Roberto Bolaño); La vida instrucciones de uso (Perec), Rayuela (Cortázar), Luz de agosto (Faulkner)… Los pasos perdidos (Carpentier), Tres tristes tigres (Cabrera Infante)… Incluso el Cuarteto de Alejandría, de Durrell, tan desdeñada por la crítica, y que a mi me pareció un trabajo formidable y panorámico; o Proust, que me hizo tener otro ritmo fisiológico cuando lo leía.

Y así se puede ir la lista, probablemente debilitándose con las lecturas de hace dos décadas, o tres. Sí del tiempo dependiera, las mejores lecturas serían las últimas: Elena Garro, que me gustó enormemente, o Chatwin, o Sada. Pero hay novelas que perduran atemporalmente: Lolita (Nabokov), Gargantúa y Pantagrúel (Rabelais), Me llamo Rojo (Pamuk)… O las deliciosas novelas de Mishima, o las fantasías encantadoras de Vian, Las amistades peligrosas (epistolar, de Pierre Choderlos de Laclos), o Hermosos y malditos (de Fitzgerald), que después encontré tenue en José Agustín. Los gringos, como Corre conejo (Updike), que en su tiempo fueron una revolución en mis entrañas, Pastoral americana (Roth), El Guardián entre el centeno (Saliger)…  o novelas más ligeras, como El mundo según Garp (Irving)…

Y los que he olvidado, y los que no he creído tan buenos. Todos los libros se acomodan en algún lugar, y tengo la teoría que una pequeña parte de cada uno de ellos está en nosotros, que las lecturas son una acumulación de eventos y manías estilísticas inconscientes, y que se expresan sin darnos cuenta.

Y entonces, ¿en dónde se acomoda La ciudad y los perros? Ahí en donde los latinoamericanos reinan (no por afinidades estilísticas), en donde está Borges y sus cuentos, en donde está Carlos Fuentes (La región más transparente), Gabriel García Márquez (¿qué novela pondría de él?)… Ahí en donde está Lezama Lima (Paradiso), donde está Bioy Casares (La invención de Morel), donde también está Pligia (Plata quemada)… En donde está Paz, Pacheco, Arreola… Y si me pongo amoroso y hago las cosas con equilibrio, en donde está Gustavo Sainz (La princesa del Palacio de Hierro), o Ibargüengoitia (Relámpagos de agosto), o la extensa obra de José Agustín enamorado de Angélica María, y claro, la nueva generación, que en realidad, son varias generaciones bien nutridas.

Pero ahí muere, todo para decir que La ciudad y los perros me pareció magnífica, compleja, completa… Y poco más, y que me hizo conocer a un Llosa diferente de La casa verdé (que he olvidado casi por complejo), o El elogio de la madrastra, que no pasó de una anécdota literaria (para mi, evidentemente).

jueves, 1 de septiembre de 2016

Sobre la muerte de Nicolás Alvarado




Hay algo que me molesta en todo este lío de Nicolás Alvarado y su artículo publicado en Milenio (y claro, su renuncia a la dirección de TV UNAM). El artículo me pareció chocante, y otros mejores que yo hicieron trizas sus argumentos (como el texto de Yuri Vargas en Círculo de poesía). Pero, en verdad, ¿era para tanto? Es decir, ¿le debemos respeto reverencial a todos los ídolos populares? Que fuera estúpido o no, que hiciera alarde de conocimientos errados, que no tuviera una pizca de sensibilidad ante el dolor de las multitudes no me parece algo extraño. Todos los días nuestros políticos hacen algo semejante (y si no, nada más miren al señor presidente, con sus reuniones pomposas y absurdas).

Me parece que no era para tanto, a pesar de que a mi sí me gustan (por diositolindo) algunas canciones de Juanga (quizá varías, no me atrevo a decir muchas), que su sangriento sacrificio no era necesario. Ahora bien, no me refiero a su salida de TV UNAM, que a todas luces me parece más que adecuada, pero no por su texto en Milenio.

Yo creo que un derecho fundamental es el de poder escribir, aunque lo hagamos mal, aunque no seamos finos, aunque seamos petulantes o idiotas. Él tuvo una respuesta feroz a su artículo, hubo otros más diestros, más ilustrados, que lo pusieron en su lugar. Está bien, a lo que sigue, pero no desapareció a 43, ni tuvo una desastrosa administración gobernando al país, ni… En TV UNAM hizo un desmadre, y despidió, dicen, a gente con experiencia y al parecer bajo la regencia de otras empresas televisivas, pero, ¿quién lo puso ahí, y por qué razón?

Es decir, su salida de TV UNAM debe responder únicamente a sus actos en dicha institución, o a los actos que afecten su reputación profesional, no sus ideas sobre una persona o un tema, por más clasistas que parezcan, cuando no se sale de una postura que finalmente está dando al público, para su lectura, su análisis y su crítica.

¿Se puede ser una mala persona y hacer trabajos sublimes? E insisto, no lo digo precisamente por él.

Si de algo adolecemos en México es de la capacidad para autocriticarnos, y además, de la crítica bien fundamentada; la crítica educada escasea. No digo que Nicolás hiciera una crítica adecuada y pertinente, pero lo mejor que podemos hacer es responder adecuadamente y no discriminatoriamente, como se dio en muchos medios, entre la grosería desmesurada.

Por supuesto, otros defenderán su derecho de mentarle la madre, y yo digo que… Pues que está bien, que chingue su madre, pero no pasa nada: siempre me ha desagradado el drama.

(Quizá este texto me lleve a renunciar a mi trabajo después del desagrado que cause). 


jueves, 18 de agosto de 2016

Los recuerdos del porvenir



 
¿Cuánto se ha dicho de Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro? Encuentro muchas páginas en la Internet que hablan de la novela, y cuestiono algunas, o cuestiono mi lectura. Así es con la literatura y la apreciación (o la incapacidad) personal.

“Literatura histórica mexicana contemporánea” dice algún párrafo, o “no creo que la presencia de lo sobrenatural en el texto sea ni tan relevante ni tan clara como en las obras posteriores de Rulfo o García Márquez”, lo que me asombra, cuando para mi es definitivamente maravilloso a la manera de lo mágico, para insistir en esos términos. Lo de literatura mexicana… Es ahí en donde puedo entender que efectivamente nos encuentro en esas páginas. Y no es trivial, nos podemos encontrar en muchas obra literarias turcas, españolas, argentinas, cubanas… Finalmente somos personas… Pero hay en la obra de Rulfo, o de Elena Garro, algo intensamente nuestro, algo que me sabe a desesperanza, a nosotros mismos en un contexto multidimensional, a la manera de lo mágico, como ya escribí.

En el momento de la lectura, estaba yo entre la recreación del México en esa primera etapa de la guerra cristera (si mi vagos conocimientos de historia no me fallan), y los dramas de las películas de la época de oro del cine mexicano (lo que de ninguna manera quiero que sea el signo de Los recuerdos del porvenir, que es abismal en su profundidad, sin que falten las divas, los matones y los héroes). Pero ahí está también ese sabor de lo incomprensible, de lo latinoamericano en su dimensión más compleja: el misticismo y su relación con la vida cotidiana; la del tiempo que se detiene y que avanza con el ritmo de las desgracias. Pero también aborda aspectos más simples: el amor desnudo y llano, y que lo mismo es el motor de la vida, y de la destrucción; y la melancolía, y el miedo más humano.

Si me quedo con un momento de la novela, de esos que se hacen eternos, me quedo con la fiesta, como un evento para el disfrute de la colectividad, que se hace eterno y angustioso, en una contradicción ideal para la naturaleza de una novela perfecta también, como una broma macabra, un juego que inmediatamente encuentro en las ideas de Kundera.

martes, 5 de julio de 2016

El sexo nuestro de cada día (o de cada año)



Siempre me he preguntado del sexo de los demás, de su actividad sexual, para ser precisos. No sólo de ello, es decir, de la vida íntima de los otros (quizá como un reflejo automático del oficio de escritor de ficción). Pero el sexo siempre ha sido un aspecto aparte, digamos, una obsesión personal.

En Abril, ciclo menstrual, mi primera novela, abordé el tema como sólo se puede acomodar en una novela: desde la acción, desde la vida de los personajes.  Cuando la escribía, me preguntaba: ¿cómo es el sexo de los pobres, es como el de los cultos, como el de los infelices, como el de los adinerados?  Me parece que en principio lo básico prevalece, pero que en la periferia de la “acción” hay diferencias (aspectos como el olor, el sabor, las modas y costumbres sexuales, la higiene, los lubricantes, accesorios…) basadas en la cultura y la educación, incluso en la información que tienen las personas. Una persona con información, por ejemplo, se cuidará de no contagiarse de una enfermedad venérea, o atacará con pasión el punto G, no conocido seguramente por todos.

Alguien, así, dijo que mis novelas eran profundamente eróticas, cuando yo sólo soltaba a los perros de mis obsesiones, y me acomodaba en las fantasías, experiencias y supuestos del tema.

Lo cierto es que los motivos sexuales son el motor de nuestros días; hay quien dirá que el amor, pero el amor justifica para muchos al sexo. Cada uno de nosotros lo vive de diferente forma, lo practica o no, lo persigue, lo procura, lo alimenta o no. Algunos lo tienen cada día, incansables, otros lo perrean con dificultad, para otros no tiene importancia tenerlo o no. Algunos solteros disfrutamos el gota a gota de los encuentros sexuales, y otros jamás lo tendrán: basta mirar la soledad de los que nos rodean… en un mundo de pubis depilados, de anos aclarados, de la apoteosis de la belleza publicitada, los perdedores somos la mayoría.

Las relaciones sexuales parecen ser una receta social, un listado de requerimientos a partir de lo bien visto, de lo permitido, de lo aceptado, pero también de lo aprendido a partir de estereotipos brutalmente introducidos en nuestra razón. Alguna vez escuché la historia de un tipo que en el siglo pasado (probablemente antes que eso), se había divorciado porque se asustó de los pelos de su esposa (acostumbrado a la visión clásica de la vulva sin vello); y creo que no es un asunto viejo, está en boga la desaparición de esas divinas matas, cuando a mi me fascinan. 


Las relaciones sexuales, antes que una receta, es parte de nuestra versión biológica que se va adaptando a las creencias, a las tendencias, a las necesidades, a los gustos de una época. Pero coger es coger, si me permiten la expresión, o al menos así debería ser, sin ese peso cultural que se entromete en nuestras camas (o mesas, pisos, autos…). Una regla elemental es: todos tenemos derecho a sentir, a disfrutar de nuestros cuerpos, de otros cuerpos, de tener orgasmos o de sentir cosquillas, de ser apapachados, de ser tocados… no importa si somos gordos, flacos, piernudos, nalgones, desnalgados, peludos o lampiños… Y todos tenemos derecho a un cuerpo ajeno, o muchos (cosa de cada quien), para esa interacción constructiva.

¿Cuándo nos preocupamos más por el aspecto de nuestra barriga tumbada a un lado nuestro como si fuera un ser aparte? ¿Cuándo nuestras estrías cobraron vida y se apropiaron de nuestros sueños? ¿Cuándo necesitamos la piel perfecta para alcanzar el orgasmo sin preocupaciones? ¿Cuándo se instaló la angustia como parte de nuestros encuentros sexuales?

Por ahí encontré una afirmación que se atribuye a Marguerite Duras (El amante de la China del Norte, El amor, La amante inglesa, La impudicia…): No es tener sexo lo que cuenta, sino tener deseo. Hay demasiada gente que tiene sexo sin deseo.

Y me parece que aquí hay una parte fundamental del juego amoroso, del juego sexual: el deseo, que podría resumirse en el entendimiento de la realidad sexual como un acto más profundo en donde la lubricación es natural, en donde la penetración es mental, en donde el orgasmo cabe en todos lados, en donde el pene y la vagina pueden sobrar, en donde la sombra del vello púbico es buen lugar para la ilusión, o la barriga de una amante, la soledad que acompañamos con nuestras manos.

A coger, pues, o a soñar, que puede ser lo mismo.

sábado, 18 de junio de 2016

La calor





¿Cómo nos moldea el ambiente?

Los próximos días habrán temperaturas de más de 48 grados Celsius en Mexicali, y aquí pasarán de 30. Una considerable diferencia en los números, y que sin embargo, perturbará nuestra vida.

Somos animales que se establecen en un amplio rango de temperaturas, gracias a la tecnología y a la misma disposición de nuestros cuerpos. Nuestra distribución es amplia. Pero, ¿cómo responde nuestro humor, por ejemplo, al calor, o nuestra sexualidad, o nuestra manera de entender la vida?

La gente de Mexicali me parece honesta, franca, divertida; dicen la gente de los países nórdicos tienden a la depresión; en Tabasco, con su calor intenso y húmedo, hablan de las mujeres “tumba hombres”, eso quiere decir: ¿una disposición de los hombres a ser “tumbados”?, o ¿qué las mujeres tienen una disposición especial para relacionarse con varones comprometidos?”; a veces se refieren a las mujeres como de “tierra caliente”, pero, en todo caso, eso afecta de igual manera a los hombres (parece lógico, ¿es así?); la gente de Ensenada (en términos generales, claro), me parece más encerrada en sí misma, desconfiada; en el sur de Estados Unidos floreció el racismo, en el norte se gestó la abolición de la esclavitud.

Debe haber tonelada de información antropológica de cómo afecta el clima nuestra manera de concebir al mundo. La ropa en lugares cálidos es ligera, y los ojos se acostumbran a las piernas, a los brazos descubiertos, a los escotes; aquí me resulta imposible ir en pantalón corto al trabajo: básicamente me lo prohíben. Enseñar los dedos con guaraches es impensable.

Los niños crecen sin zapatos en lugares cálidos, aprenden a andar descalzos, a cuidarse de los alacranes… Eso incide en sus vidas adultas. Hay cierto desparpajo en la lucha contra los calores: un entendimiento de que la manera de asustarlos es variada y transforma la vestimenta. Sin embargo, en países desérticos, medio orientales, la ropa te cubre todo el cuerpo: también en respuesta al cuidado ante el medio (y la pérdida de líquidos).

Estar en la playa es andar en ropa interior (bikini o bañador), sin problemas, pero a penas te mueves unos kilómetros al norte (incluso al sur), y ya puede resultar escandaloso.

La desnudez no es igual para todos. Las culturas africanas le tienen poca estima a la ropa, e infinidad de culturas prehíspanicas, y de todo el mundo. Nosotros protegemos nuestras nalgas, nuestros aparatos reproductivos (“aparatos”, con sus engranajes hormonales), con mucho cuidado; muchos gringos, gringas, premian con una visión saltarina de sus senos a los espectadores, o a quienes les regalan baratijas en Mardi Gras, en la Nueva Orleans. ¿Todo ello es en función de los calores? No sería recomendable que lo hicieran las mujeres y los hombres en Alaska, o en Groenlandia.

Y si enseñamos más de nuestro cuerpo, ¿eso se refleja en nuestra sexualidad? ¿Es más feliz quien se desnuda completamente, es más pleno quien no se deja los calzones? En la tradición judeocristiana enseñar no es bien visto, es decir, enseñan las prostitutas, las mujerzuelas… No hay el término hombrezuelos, o prostitutos, ¿a qué se debe esa omisión? El cuerpo es el templo de Dios, y hay que darle una santa cobertura.

En la naturaleza domina brutalmente la desnudez. Hay que ver a esos elefantes con sus enormes miembros colgando para entender su felicidad sin censura.

Volviendo a los calores… Se sabe que existe una correlación entre clima e iniciación de la pubertad, y eso, por supuesto, cambia la manera de entender el mundo de los adolescentes, pero, ¿hasta dónde llega esa revolución física, hasta qué años? Y, ¿por qué se asocia la flojera con las altas temperaturas? Los futbolistas brasileños, brillantes, ¿se topan con la naturaleza sus cuerpos moldeados al calor del trópico?

Bueno, más preguntas que respuestas, y todo gracias a los 32 ºC que se esperan mañana en Ensenada.

sábado, 11 de junio de 2016

Agentes literarios





Sólo una persona me ha dicho que necesito un agente literario. En mis rumbos nadie tiene uno de esos, ni sabemos cómo funcionan, pero suena a que hacen investigación de campo. Hoy contacté a una agencia en Barcelona que amablemente respondió:

Le damos las gracias por ofrecernos la oportunidad de conocer su obra, que leeremos con el mayor interés.



Reciba un saludo muy cordial.

Que amables estas personas que nunca he mirado, estas máquinas contestadoras, estos equipos de lectura. ¿Por qué en Barcelona?, bueno, le voy a ese equipo de fútbol, y… Ahí vivió Roberto Bolaño. Es decir, en México no conozco a nadie en esos trámites, y resulta que un periódico me la sugirió: Agencia Literaria Carmen Balcells.

Quizá todo sea como un juego, es decir, tomar las cosas con calma y visitar esas islas literarias como si no pasara nada, como si todo fuera así, como jugar.

Mandé Los perros, mi novela historia de amor prohibido, mi novela historia de una quinceañera y su festejo, mi novela más cercana al infierno veraniego de Mexicali. Esa novela fue aceptada por una editorial madrileña, con el demérito de pedirme una parte del costo de la edición, o bien, que comprara 100 libros a un precio que me parecían los ahorros que no he tenido en toda mi vida:

Hemos recibido ya las evaluaciones sobre su libro y son positivas, así que nos interesa  para Verbum por su originalidad, su tema y abordaje.



El único problema que ahora mismo tenemos es de fondos, ya que en los tiempos que corren las ventas han caído y para los próximos dos años nuestro plan de publicaciones está completo, con presupuesto cerrado.

Nunca he pagado porque me publiquen. Podría haberlo hecho, su distribución no era desdeñable, pero los costos eran exorbitantes, como los ojos de un gato asustado de muerte.

Siempre pensé que sólo pagaría por una edición de mi novela La vida por los ojos, porque se presta para una edición artesanal, pero ninguna editorial de ese estilo me ha respondido (La dïéresis, por ejemplo). Pero no es sólo difícil contactar a esas editoriales, por ejemplo, Sexto Piso, en su página en la Internet, sólo tiene enlaces para gente en otros países (al parecer, los mexicanos somos muy enfadosos, o muy malos escritores). Moho es como un búnker para los que estamos demasiado hundidos en el fango (hay que sobresalir lo suficiente para ser notados).

Lo que sea, estamos curados de espanto, y tenemos la gracia de una piel de roca después de tantos rechazos. Claro, a veces amanece uno con ganas de un premio literario, o una editorial que acepte nuestro trabajo; la ilusión anda en las ferias del libro, en las bibliotecas de otros países, en los lectores que escriben cartas, en las publicaciones que no se esperan.



Ahora que recuerdo, hace algunos años quise convencer a una persona para que me ayudara con esos trámites de buscar editoriales... Viviana Beltrán. Ella se asustó ante la posibilidad de enredarse entre tanta basura, y prefirió ser mi amiga... Hizo bien, lo otro era una quimera.

sábado, 4 de junio de 2016

En tiempo real... Cuando el fin nos alcance






¿Cómo escribía Perec, Proust, o Kafka? ¿Cómo avanzaba en sus obras Gabriel García Márquez, o Fernando del Paso? Ellos no tenían el recurso de la Internet para la investigación inmediata, para la duda en el instante.

Cuando comencé a escribir con cierta formalidad, vivía en la Ciudad de México, en la vecindad de la calle Río Lerma, y para escribir me acompañaba de un diccionario de sinónimos, mi pequeña biblioteca detrás de mi y mis revistas. Y navegaba. La investigación más profunda se hacía en las bibliotecas públicas (de la UNAM, en la Biblioteca de México, incluso en esa pequeña biblioteca en la San Rafael: Sor Juana Inés de la Cruz). Eran otros tiempos.

Ahora me cargo los libros importantes e, invariablemente, cada día me acomodo en el café, en donde hay una buena conexión. Y acabo de asistir, en tiempo real, a una boda en Barcelona, y a una peluquería en Osaka, en donde le cortaban el cabello a un niño; mantengo conversación con una chica de Laos (en Tailandés), y el Google Académico me manda avisos de cuando se publica un artículo que tiene que ver con migración de cloroplastos en fitoplancton. Sofisticado y encantador.

Pero aún me cargo los libros importantes, aquellos que son básicos en el proyecto en curso, y en la cajuela de mi carro tengo un pequeño archivero en donde tengo textos que necesito en papel.

A veces imagino que el fin del mundo comenzará con la caída de los sistemas de comunicación, y que será lento, en décadas, quizá un siglo, y que necesitaré de mis viejos textos. Ayer me encontré en las tiendas de segundas (artículos usados), un diccionario Alemán-Español, y ya está en mi librero. Lo cierto es que sigo escribiendo como me diría el Maestro Huberto Batis: tomando de aquí y de allá, haciendo un collage de imágenes que provienen del Tumblr o de la calle, de videos, o de recuerdos.

Los viejos escritores eran unos genios, yo soy un oportunista, una especie de cazador de retazos, un pepenador de vivencias ajenas y propias.

¿Cómo trabajan los escritores de la actualidad? Sé de algunos que tienen sus estudios en casa, que se encierran, que necesitan de silencio. Yo no puedo, necesito espacios abiertos y escuchar a Deborah de Luca o a Paula Cazenave, u “hojear” los periódicos del mundo… Eso si, sin nadie a mi lado.

Otra de mis manías es comprar libretas, libretas diferentes, de otros mundos, lo que al final puede ser útil.

Sin embargo, si el mundo terminara con la Red, se perdería mucho del pensamiento de la humanidad que hoy es para todos: nadie vería el video de Daido Moriyama y sus memorias de un perro, o aquel de Ensenada en 1978,  o el baile del Tao Tao en una boda en Tamaulipas, o aquel mercado en Maek Long, a un lado de las  las vías del tren en Tailandia (en donde me paseo a veces, cuando cierro los ojos).

La riqueza de todos los tiempos (documentados), al alcance de los ojos, de los oídos.

Lo que me consuela es que, si el fin del mundo es al contrario de lo que pienso, veloz, no tendré que lamentarme de lo que se perdió.

(la foto es de Daido Moriyama)

domingo, 29 de mayo de 2016

De rivalidades futbolísticas




Para mis amigos, con quienes discuto siempre de estos matices... Wily e Iván

Rivalidades en el fútbol, hay muchas. Añejas, nuevas, infladas… América/Guadalajara en México (sin olvidar al los equipos norteños: Monterrey y Tigres, al Atlas, también en Guadalajara y contra éste; lo mismo que el Cruz Azul y los Pumas de la UNAM, en varios cruces contra el América…); en Argentina el River Plate/Boca Juniors, en Perú el Alianza de Lima/Universitario de Deportes, en Chile el Colo Colo/Universidad de Chile… En el resto del mundo es igual, el derbi del Cairo es entre el Al-Ahly y Zamalek SC; en Sudáfrica el derbi de Soweto: Orlando Pirates contra Kaizer Chiefs; en Macedonia le dicen clásico “eterno” a la rivalidad entre el Vardar Skopie y el FK Pelister… en Francia hay varios, pero destaca Le Classique París Saint-Germain versus Olympique de Marsella… En Inglaterra hasta están clasificados por zonas, por ejemplo, en el noroeste destaca el Manchester United versus Liverpool; el derbi del oeste de Londres se da entre el Chelsea contra el Fulham…

Y habrá que diferenciar: un clásico es un partido de futbol con mucha historia, tradición y rivalidad, y un derbi es un encuentro entre clubes de la misma ciudad, que además puede ser un clásico, supongo.

A mi me gusta un clásico en particular: el del Barcelona contra el Real Madrid.

En otra publicación, ingenuo probablemente, y quizá tendencioso (pues le voy al Barça), llamé a esa rivalidad como el bien en contra del mal. No es mi intención repetir ese texto, pero después de una liga bien compleja (donde ganó el Barça, además de la Copa del Rey), y de una Champions League que me pareció desangelada al final (y que ganó el equipo madrileño), esta rivalidad me resulta más que evidente. Cito al periódico deportivo AS (evidentemente pro Real Madrid): El lateral (Arbeola), micrófono en mano, recordó el famoso 'contigo empezó todo' de Piqué. El Bernabéu se lanzó: "¡Piqué, cabrón, saluda al campeón!". Un gesto curioso, picarón, pero que no es sino uno de muchos ejemplos de hasta donde se lleva el encono en contra del equipo rival. Ejemplos hay muchos: el mismo Gerad Piqué, defensa central del Barça, en múltiples ocasiones ha hecho comentarios que evidentemente buscan el juego, el fuego verbal, en contra de los madridistas.

No queda sin embargo ahí, en el fondo se trata del equipo de la comunidad autónoma de Cataluña, y el equipo de la capital española, que alberga las sedes del Gobierno, las Cortes Generales, ministerios, instituciones y organismos asociados, así como la residencia oficial de los reyes de España y del presidente del Gobierno, ni más ni menos. Luego entonces, pareciera que, detrás de la pantalla deportiva, hay una intensa política que va desde los colores hasta la autonomía, el idioma y finamente la idiosincrasia, y que se traduce en un odio a veces evidente, a veces escondido, y que reluce en la afición y en sus jugadores.

Sin embargo, fuera de los clubes, muchos de esos jugadores comparten la camiseta de la selección española, en otra manera de maquillar las cosas, pretendiendo que todo es igual. Sin embargo, una manera de entender el patriotismo de los catalanes nos lo da un histórico del club Barcelona, Pep Guardiola, que llegó a declarar: Soy catalán de Cataluña. Por tanto, si hubiera selección catalana, jugaría con Cataluña. Como catalán que me siento, sería un placer estar en una selección catalana, aunque es una cosa complicada y difícil que parece que va para largo”.

Sobra decir que si el Barcelona fuera un equipo de media tabla, su presencia futbolística y política no sería influyente; sin embargo, es uno de los clubes más populares de España y del mundo, y con una efectividad endiablada en los últimos diez años: 23 títulos, nada más, y con una imagen carismática bien trabajada desde la institución polideportiva.

Para cerrar… en términos simples, abracé el juego del Barcelona por la simple belleza de su juego, no por los colores de su estelada (la bandera no oficial de Cataluña), ni su himno o su lenguaje… Abracé el juego de ese equipo por la gracia, por el toque, por la elegancia y la contundencia… porque ante el poderío del otro equipo, y su bravuconería, se presentó un grupo de elementos no muy robustos, no muy altos (Xavi, Iniesta, Messi, Pujol, Busquets…), y plantearon un estilo arrebatadoramente lejano de la brutalidad habitual, de la simple sociedad en la cancha, y llevaron el fútbol, a otro nivel… Y lo siguen haciendo.

Es decir, fuera de la rivalidad de fondo, que hace sabrosa la contienda, prefiero a ese equipo por cosas más simples, pero igual de llenadoras: un juego en la cancha, once contra once.

De México, prefiero no hablar, hay mucho relleno en su liga.

martes, 24 de mayo de 2016

Regresiones




En otro de mis blogs, Derecho a réplica, una entrada alcanzó más de dos mil seiscientas visitas. No estoy acostumbrado a esos números, quizá mi mejor entrada después de esa tenga setenta vistas (para ser precisos, 69, número cabalístico), y eso me daba alegría.

¿Cuántas novelas he vendido? El tiraje de Furia en Abril fue de mil ejemplares, y puede haber más de 600 en las bodegas de la UAM; yo tengo probablemente 100 libros. Números modestos. La vida simple… Me dieron 100 ejemplares, y del resto del tiraje no sé nada. Números pobres. Veo que Furia en abril se anuncia en línea, en Alibris,  dedicada a la venta de libros nuevos y usados; lo mismo encuentro esa novela en la biblioteca de Brown University, en Rhode Island (extraños caminos, y en los siguientes temas: Women > Violence against > Mexico > Ciudad Juárez > Fiction). Ciudad Juárez… Su imaginación se fue algo lejos de aquí.

¿Cuántas visitas tiene Baba Norte?, la revista que parimos algunos aquí en la Baja. Algunas decenas, calculo.

Así que una sola entrada en un blog casi personal tuvo una magnífica acogida, seguramente gracias a la sugerencia de un amigo a través de Facebook, y la lectura se hizo… El poder de las personas con carisma.

Pero… ¿eso es lo que deseaba que leyeran? Naturalmente, lo escribí para que fuera leído, pero, ¿estaba pensado para unos millares de lectores? Reviso mis textos y encuentro más de una docena que verdaderamente me entusiasmaron, pero ah cabrón, quería yo quejarme de las ideas necias de algunas personas en esta ciudad pequeña, y anda que me escucharon. El tema no importa en este espacio (ya lo dije en el otro), pero sí que hubo hasta quien se quejó de la imagen que le adosé… Más ojos son más maneras de entender no sólo el texto.

No es trivial, no en la vida de un escritor poco leído; parece absurdo, más aún cuando en otros espacios me quejaba de… De la falta de lectores, sí. ¿Esto presagia más ideas de ida y vuelta? No parece, de esos miles, sólo algunos comentaron en diferentes foros, algunos otros compartieron, la gran mayoría leyó en silencio; si hubo exclamaciones, si hubo quejas agrías, disgusto o gusto, queda entre el lector y el texto, y entonces reflexiono sobre el acto íntimo de la lectura.

Espero no me pateen el rostro alguna noche de esas que me escapo, perro, de casa… que me tope con algún resentido, algún mal lector, o mejor aún, un buen lector que desenmascare mis cojeras literarias.

O quizá esa inusual tropa de lectores sea simplemente una ilusión, un momento de desvarío colectivo que, inocuo, es un buen tema para reír con los amigos lectores de toda la vida. Como sea, los escritores raramente seremos como los futbolistas, probablemente más cómo los árbitros, y creo que es preferible.

Ya con los días, estoy seguro, se irá aplacando el polvo, y todo volverá a la normalidad, a la crítica sencilla, al entusiasmo de un lector a la vez, y voltearé de nuevo a otros lados.


viernes, 6 de mayo de 2016

Ensenada norte



Para hablar de Ensenada con agudeza, con filo despellejador, hay que ser ajeno a ella, ser visitante o extranjero. No se puede describir con profundidad lo que creemos nuestro, lo que suponemos nosotros mismos, lo que amamos. A lo que es familiar lo descuidamos de muchas maneras, creemos conocerlo y no buscamos más; con lo que queremos somos cuidadosos, le perdonamos las faltas. Ni soy de Ensenada ni la aprecio sustancialmente. Llegué, como suele suceder, motivado por la presencia de una mujer. Podría haber sido Tecate, o Mexicali, pero siempre es llamativo el mar.

Aquí el mar tiene olor a mierda, y parece que la gente lo festeja. ¿Es posible que sean los vertederos que la misma ciudad tiene en la costa? Entre más te alejas del área urbana menos apesta. Los atardeceres son sublimes, pero los atardeceres están en todos lados. Las playas son baños públicos, de caballos, de perros y de gente; la basura es la fauna inerte más común.

Tampoco hay que odiarla, no demasiado. Podemos detestar lo desagradable, si, como en cualquier lugar, pero el odio no conviene a nuestros fines.

Otro día caminaba por la Avenida Juárez (una de las referencias nacionales, Juárez), y me crucé con una pareja que me pareció diferente: una mujer no mal parecida, pero de aspecto descuidado, y un tipo joven, vestido de negro, con sombrero. Aún encuentras gente con sombrero aquí, es el norte. Parecían de aquí pero también de ningún lado, extraviados. Lo inusual es no haberlo notado antes, haberme dejado comer por la vida cotidiana y haber obviado los rostros, las maneras de los habitantes de Ensenada.

A pie entiendes de otra manera a la ciudad, la aprendes de otra forma. En el transporte público miras a la gente, te acercas a su transpiración. Camina, anda entre ellos, acuéstate con sus mujeres y con sus hombres, desentraña su verdad, entiende la simpleza de sus actos o su complejidad, destruye 20 años de tu vida en un matrimonio, o dos, para entender la naturaleza de los bajacalifornianos. O quizá te sientas cómodo con una mujer de toda la vida, y te quedes para siempre aquí, comprendiendo en cambio lo que es el amor verdadero, la gracia de la rutina, o sencillamente vivas sin pensar en nada.

Las calles de Ensenada no son como las de la Ciudad de México, o como las de los Territorios Palestinos (quizá se parezca más a estos, en las colinas de la Colonia 89), son calles si, mexicanas, con hoyos, pero con casas de techos de madera y paredes de tabla roca. Igual hay muchas casas rodantes (trailas, les dicen), pero lo nacional se funda en un sinfin de hogares recién construidos con los modelos del sur: casas de interés social, pequeñas y vulnerables, en colonias que se vuelven barriadas peligrosas en donde escasea especialmente el agua. Las calles de Ensenada a veces parecen de un país diferente, en donde el centro histórico no es colonial, sino de influencia gringa. Ensenada no es una de esas ciudades de edificios con paredes gruesas manchadas por la humedad, ni de barandales corroídos, ni de aires cargados de la esperanza de la selva… Ensenada es una ciudad de paredes huecas y garrapatas en los patios. Ensenada brilla mucho pero se oscurece con la niebla, con el polvo de desiertos más desiertos. Ensenada no es una Cenicienta, es una mujerzuela más tirada a los silencios, a los vestidos usados con anterioridad (le llaman ropa de segundas), a la repetición, a la copia de otras identidades.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Yola y Yolanda*



 El placer no siempre viene en momentos perfectos. De ninguna manera me estaba involucrando con mi alumna universitaria, sino con su madre. No es que la joven no fuera encantadora, pero hay brechas que se abren entre las personas, entre los cuarentones como yo y esas juventudes alistadas en una mecánica que, tengo que aceptarlo, no es precisamente asequible. Yolanda se llamaba la madre, Yolanda se llamaba la hija, algo muy latinoamericano.

Dentro de todo estaba el respeto, la ética, la simple comunicación con la joven, pero también la libertad de mirarla, de apreciar su belleza endemoniadamente fresca, sus piernas torneadas, la insinuación de un cuerpo macizo, turgente, en donde poco importaba el cuidado o la limpieza. Los jóvenes carecen de esas virtudes, no las necesitan. Pero hasta ahí, sin más avances que la rutinaria relación entre un profesor y los cientos de alumnos que tendrá en su vida. La historia concreta de esa Yolanda joven y arrebatadora, de sonrisa huidiza y de cabello revuelto, se acaba aquí.

Y aquí comienza la historia del reflejo en un espejo transformador, en donde yo miraba a la madre de esa Yolanda, mi colega en una Facultad vecina. Yola, así la llamaré, comenzó a hacerse familiar por las mañanas, cuando ambos compartíamos un horario similar de entrada, y un espacio en el estacionamiento. Para comenzar, quizá lo más llamativo de ella era su propia hija, pero esa pequeña traición nos acercó con la fuerza de la casualidad (un tropiezo en el pasillo, un encuentro en la cafetería, y una charla a propósito de… los hijos). De ahí, todo se fue por el camino de la soldad, de la desesperanza que se va diluyendo, de la familiaridad y de la atracción, con largas charlas cibernéticas que iban subiendo de tono, que iban explorando nuestras expectativas, nuestras hambres y nuestros cuerpos. Que fácil resulta la comunicación cuando no están presentes las leyes de la presencia física, cuando se obvian un montón de requisitos sociales. Así comencé a saber que los senos de Yola eran muy sensibles, que le gustaban los besos suaves y largos, y que se humedecía ante la más mínima insinuación amorosa. Eso me dio esperanza, la humedad entre sus piernas, parece mentira.

Qué fácil es querer a la distancia, desear se convierte en una urgencia.

Y un día, armándonos de adulta valentía, uno de esos terroríficos sábados de soledad futbolera, nos citamos en un café del centro de la ciudad y nos besamos en el auto por primera vez. Cuando buscaba bajo su falda, adorando lo que no miraba con los ojos cerrados, ella suplicaba: “no somos unos niños… no aquí”. Y no fue ahí. Nos dirigimos a un motel, de esos en donde los autos quedan encerrados en un estacionamiento, en silencio, tocando ligeramente nuestras manos, como si con ese contacto mínimo estuviera la promesa de otros, de mejores momentos.

Cuántas emociones al abrir la puerta de la habitación, al darle el paso y explorar inevitablemente su trasero, ya en un plan de confianza inaudita. Y que delicia la de estar en ese encierro, después de meses de apatía sexual, de abstinencia forzada. Ahí estaba Yola, con mirada que no perdonaba ningún detalle, y ahí estaba, de pronto, la joven Yolanda para mi sorpresa, para mi incredulidad, para la traición que no planeaba. Yolanda en las piernas regordetas de su madre, Yolanda en su abdomen abundante, Yolanda en los pechos flácidos que me embarraba en el rostro, Yolanda en la lubricidad de ese pubis de vello espeso que no dejaba de ser llamativo y delicioso al tacto… (¿Yolanda se afeitaría el área del bikini?), Yolanda en esos gemidos deliciosos, en esos besos largos y amorosos. Ahí estaba yo, mirando su culo expuesto, ese muy de ella, en el espejo del techo, y yo, en mi versión más vulnerable: la desnudez que me descalcificaba, que me descomponía y que me recomponía en el desconocido que jugueteaba bajo una mujer madura, pero en el mismo plano, en una conexión que iba más allá de lo físico, y que también se establecía entre mucha coincidencias entre Yola y yo... Ahí, en ese reflejo perfecto de nuestros cuerpos, éramos tan parecidos…

No la había penetrado, trataba de perpetuar el previo concentrándome en sus protuberancias, en sus blanduras que al final me gustaban, en sus olores bien cuidados, en la tibieza de sus labios bien lubricados. “Me estoy ambientando”, me dije, y hundí mi rostro en su sexo, como para olvidarme de todo y cortar con el resto de universo, y sucedió: me comuniqué con ella, nos entendimos en términos de sus muslos y de mi boca, de su olor y su ritmo respiratorio. Su química me venía bien, la suavidad de su vello púbico, el grosor de su clítoris en mi lengua, y cuando ambos no tuvimos valentía ni paciencia, la penetré y tuve la sensación de que algo arrebatador me estaba pasando. Siempre he admirado la lubricación vaginal, tan perfecta, ese desliz de mi pene con facilidad inaudita, el instante sublime de la sensación de meterla.

No sé si fui un gran amante, pero sé que pude contemplar únicamente el rostro de Yola, sin las apariciones de su hija, y que eyaculé feliz, sin tapujos mentales, abrazando la ilusión de todo hombre en el orgasmo.



No volví a salir con Yola. A veces miro a su hija y siento cierto aire familiar, como si la conociera mejor de lo que parece, pero la joven es altiva y distante, y jamás volvió a hablarme después del curso de matemáticas. De Yola puedo decir que quedó resentida, y le doy la razón: soy un hijo de puta que prefiere la soltería después de dos matrimonios mal habidos.

*(Texto realizado para el concurso de relato erótico "Fiestas de San Juan de Coria, en donde el error estuvo en contextualizar el relato en dicho evento)