La
vida no era así, no recuerdo en quince años calores tan duraderos y
tan extremos. Si no es señal clarísima de un cambio climático
global, ¿qué es? Es curioso, no he leído una noticia, escuchado o
visto, que relacione este fenómeno con el hombre y la transformación
del ambiente. Quizá este es el momento preciso de culparnos, de
asumir responsabilidades.
Sin
embargo, tiene su encanto mirar las calles vacías, 16 de septiembre,
cinco de la tarde. No precisamente desiertas, pero la gente se
esconde en sus casas ¿frente al ventilador? El té helado del café
se terminó, algunos parroquianos se abanican con el periódico, yo
me traje mi pequeño ventilador. 30 o 33 grados Celsius no es para
morir, pero nadie espera esa temperatura en Ensenada.
La
gente habla de ello. Alguien se acercó a mi y me dijo que en
veinticinco años… lo mismo, inédito este clima. La gente se
limpia el sudor del rostro, probablemente vocifere, grite a los niños
o les improvise albercas en el patio, razone que así no debe ser la
vida… O desee abandonar el trabajo y mudarse a un lugar con veranos
suaves e inviernos lluviosos. Como Ensenada en otros tiempos, ahora
recuerdo.
¿Y
mañana? ¿La vida seguirá como cada día? ¿Por fin podremos
utilizar pantalones cortos en las escuelas? ¿El patrón de los
vientos barrerá las desgracias, los perros en descomposición se
levantarán de entre sus pelos y ladrarán de alegría por el fresco
de las nuevas tardes, la presa regenerará aguas verdes, plancton
bioluminiscente?
En
la colonia 89, el heladero de los Globitos (el “conero” para los
niños), grita: “lloren, niños, lloren”. Y me fascina su
estrategia: ¿qué mejor rudeza de los niños para arrancarle unas
monedas a sus padres? Lloren, niños. Con este clima se facilitan
ambas cosas: llorar y desear a muerte un helado. Pero además, que
encanto el de la literatura popular, que siempre tiene para nosotros
los mejores momentos, las mejores frases, la mejor muerte.
Lloren,
niños… No sólo es la ocurrencia de un individuo, por cierto, es
el desparpajo del latinoamericano, es el fulgor de lo real y de lo
maravilloso, es la respuesta a los calores y a los hervores
cerebrales, a la pobreza y su mezcla con la agudeza, con la
inteligencia y el desdén. ¿A quién le importan los niños
llorando? A todos, claro, a todos.
(Texto publicado en Palabra: http://www.elvigia.net/palabra/2014/9/21/palabra-septiembre-2014-171284.html)