Así dice Daniel Salinas Basave,
en el suplemento Palabra, al referirse, entre otros, a Mario Santiago
Papasquiaro.
Si atendemos a las
palabras laxamente, habría muchos de ellos. Condenados, desterrados.
Pero, ¿cuándo pasamos a ser literatos, cuándo somos hombres y
mujeres de letras, tanto como para sentirnos excluidos con razón?
Conozco a muchos que se
dicen poetas, poetizas; los novelistas son dramáticamente menos,
pero, más que todos, los que desean convertirse a las letras.
¿Cuántos son buenos escritores? No he leído a la mayoría, he
escuchado a algunos. Ensenada es una ciudad pequeña, que alcanza
para descubrir con cierta facilidad cuando alguien destaca, pero el
puerto no es precisamente un generador de nuevos talentos, por más
que se insista con ilusión en ello.
Habrá que pensar lo que
sucede con los que tienen talento y no tienen espacios para
desarrollarse o para mostrarse. ¿Qué espacios prefiere un
profesional? Creo que cualquiera prefiere la decencia de la
publicación de un libro, fuera de toda responsabilidad política. De
ellos, de los talentosos, conozco a dos: uno muy joven, la otra joven a
secas. Otros más se manejan por el medio cultural con soltura,
escriben artículos para medios electrónicos locales o nacionales,
pero no deciden ser o novelistas con plenitud, cuentistas,
narradores, o poetas de vida completa. Por supuesto, excluyo a quienes se dedican al periodismo cultural por oficio. De estos últimos, a dos
conozco. Otro más parece consolidado, pero a mi parecer que se
quedó en un espacio de comodidad adormecedora.
Los escritores sin
talento o sin espacios de desarrollo combinan su trabajo creativo con
otros oficios, desde la docencia hasta lo inverosímil. De tiempo
completo, únicamente los que están del lado de los que sobreviven
de lo que escriben, los que navegan por la profesión con cierto
éxito.
No conozco a muchos
becarios, quizá una en el área de la dramaturgia.
Abundan los poetas por
amor al amor, los de la nostalgia, los de las canciones, los de las
distancias, los del dolor de la distancia... Los poetas de los
sentires, los de las frases gastadas, los de la catarsis, los del
vómito sentimental.
Quienes se dedican de
vida completa a la literatura son los menos. No implica el tiempo
completo, sino la manera de entender la existencia. Mario Santiago
Papasquiaro, fuera cual fuera su manera de hacerse de dinero, vivía
para la poesía, en ella se regodeaba, en ella meaba, cagaba, en ella
entendía el entorno. No creo que le importara el mérito académico,
o la aplastante aceptación del gremio. Él publicaba en el más
miserable de los medios: en las paredes de su casa (un acto más bien
íntimo), o en las servilletas: en el papel desnudo que se pone en el
culo o en los labios. ¿Buscaba la “decencia de una publicación”?
La profesión, en el
mejor de los casos, se lleva al límite, ¿hasta el desinterés por
los premios, por la remuneración económica? Y entonces: ¿por qué
se quiere ser escritor? Porque así nace de las tripas. El premio es
una figura ilusoria, el sueldo algo sencillamente inexistente, la
remuneración extraña, más emparentada con lo inusual, lo
fantástico.
Y usted, ¿por qué
escribe?
Y yo, ¿por qué escribo?
Yo soy un escritor menor, para empezar, y por menor entendemos que
existimos entre lo inapropiado, lo mal planteado, lo caótico, lo
generalmente sin sentido, lo descontextualizado, lo mediocre y lo más
humano de todo: lo vulgar, lo común y lo corriente. Pero aún, los
escritores menores pretendemos un gran flujo literario, poético, que
sostenga la creatividad de una zona, de un país en el mejor de los
casos. Los menores tenemos que gritar usualmente, hablar con claridad
y sin muchos rodeos, para ser escuchados.
Creo que aquí todos
somos menores. Pero todos comenzamos mediocres, casi todos, y la
belleza está en no esperar nada, no hacerlo por esperanza, sino por
puritito amor, y no amor al amor. La terquedad de nuestras letras a
veces da lugar a paisajes bien definidos, a personajes bastante
coherentes, a historias que permanecen en la memoria de algunos. Así
nos quedamos bien. A veces la explicación de “algo” está en una
líneas, con la sencillez de la poesía del no leído, a veces
encontramos una simplificación que parecía imposible en la
inesperada poetisa del arrabal de la ciudad de los desprotegidos... Y
ganamos por un momento, y abrazamos al que por un instante, es el
mejor.