“Information Preservation and Weather Forecasting for Black Holes”, así se llama el nuevo artículo de Stephen Hawking, y tengo que leer y releer para entender que los horizontes de un agujero negro son aparentes, ¿variables?, y que es posible que la luz escape de ellos, bajo ciertas circunstancias (hablamos entonces, de agujeros luminosos)... Y me detengo a pensar en lo que está más allá, en lo que no puedo mirar, y a penas entender. Entonces, cuando un objeto, un astronauta se acerca a los horizontes en el agujero negro, ¿es más seguro que se estire como espagueti (comenzando por los pies), a que se achicharre? Todo parece indicar.
Respetuoso de la relatividad y de la
teoría cuántica, motivado por la fuerza gravitacional insoportable,
invencible, hostigante, me acerqué a su rostro, al de ella-mi ella,
como planeta masivo, como cometa errante, como nave tripulada por un
demente, y quise alunizar en sus labios. Mis labios quedaron en su
mejilla, en un strike formidable, y por mis ojos pasó ese largo
viaje de 43 años, entre estaciones espaciales y lodos comunes. La
soledad, ese destilado de tristeza, se acomoda entre el espacio de
ella y el mío, en ese erróneo acoplamiento, en ese desencuentro que
es buscar una cosa y encontrar nada.
No, no podemos decir que tenga relación
con esto un “beso negro”, que pertenece a otras colonias
espaciales.
Los besos que no se dan también se
acumulan, y van creando su propia fuerza de atracción-frustración dentro de
nosotros, hasta tener un peso devorador, en el centro de lo que
llamamos nuestra humanidad, sea cual sea.