sábado, 25 de enero de 2014

De besos fallidos y agujeros negros




“Information Preservation and Weather Forecasting for Black Holes”, así se llama el nuevo artículo de Stephen Hawking, y tengo que leer y releer para entender que los horizontes de un agujero negro son aparentes, ¿variables?, y que es posible que la luz escape de ellos, bajo ciertas circunstancias (hablamos entonces, de agujeros luminosos)... Y me detengo a pensar en lo que está más allá, en lo que no puedo mirar, y a penas entender. Entonces, cuando un objeto, un astronauta se acerca a los horizontes en el agujero negro, ¿es más seguro que se estire como espagueti (comenzando por los pies), a que se achicharre? Todo parece indicar.



Respetuoso de la relatividad y de la teoría cuántica, motivado por la fuerza gravitacional insoportable, invencible, hostigante, me acerqué a su rostro, al de ella-mi ella, como planeta masivo, como cometa errante, como nave tripulada por un demente, y quise alunizar en sus labios. Mis labios quedaron en su mejilla, en un strike formidable, y por mis ojos pasó ese largo viaje de 43 años, entre estaciones espaciales y lodos comunes. La soledad, ese destilado de tristeza, se acomoda entre el espacio de ella y el mío, en ese erróneo acoplamiento, en ese desencuentro que es buscar una cosa y encontrar nada.



No, no podemos decir que tenga relación con esto un “beso negro”, que pertenece a otras colonias espaciales.



Los besos que no se dan también se acumulan, y van creando su propia fuerza de atracción-frustración dentro de nosotros, hasta tener un peso devorador, en el centro de lo que llamamos nuestra humanidad, sea cual sea.


martes, 21 de enero de 2014

Paul Auster, Tumbuctú





Nunca me han gustado las historias en donde los animales hablan o piensan, ni las fábulas, ni los cuentos para adultos, mucho menos las novelas. En Me llamo Rojo fue más que tolerable, y se entendió al final que quien hablaba era un hombre. En Tumbuctú, el narrador se mete en la cabeza del perro, en la vida de todos (como debe ser), y terminamos leyendo la historia de una mascota en una versión muy humana. ¿Qué tan válido? Todo cabe en la novela, y recuerdo nítidamente al autor de una de las novelas que considero perfectas, Milan Kundera (aquella novela es…), quien en El telón o El arte de la novela, hablaba de esa libertad misma.

En cuanto al logro de Auster, entiendo la descripción del mundo a partir de un evento que no tiene cabida en nuestro entendimiento, y que es la razón de un perro, el inventarle una lógica para entender una porción de la realidad. No está mal la perspectiva, que es en términos reales un esfuerzo humano por abarcar el Todo. Así miré una parte de Estados Unidos y su gente, sus ramificaciones de vida, sus extensiones perversas, vulgares, bellas incluso.

En la lectura, fluida, ligera, una y otra vez caí en mi propia aportación, mi propia experiencia con Akira, mi perra, lo que terminó con la sensibilización, ¿buscada por el autor?, de la existencia de nuestras mascotas, que no se sale de la dinámica de la vida: nuestra relación con los animales, la importancia que tienen en nosotros, y la vista espejo: nuestra importancia para ellos, la amistad en una versión profunda, silenciosa y perfecta.

miércoles, 8 de enero de 2014

Literatura solipsista y lectura del medio




Ella me dijo que cuando me quitaba los lentes, parecía un depravado sexual. Quizá los lentes sean como un antifaz. ¿Qué mirada tengo sin los espejuelos? Me causa gracia. Otra persona me dijo alguna vez que los lentes eran parte de mi, que me daban personalidad; quizá mi verdadero yo se presente cuando no los uso. Claro, me los quito frente a su sexo, mientras acaricio sus nalgas, cuando busco entenderme con ella en otros términos, digamos.


Literatura solipsista, se lo leí a Roberto Bolaño, en Entre paréntesis. Inmediatamente recordé a Henry Miller, egocentrista y genial; también en Anaïs Nin y sus diarios, y no se me viene a la mente nadie más. Quizá Karen von Blixen y sus Memorias de África, y el resto son historias disfrazadas de ficción (evidentemente hay mucho más de esta literatura: memorias, autobiografías...).

¿Qué tanto reconstruimos, qué tanto podemos inventar?

Bajo el sol, es un epistolario de Bruce Chatwin, pero él no hizo esa recopilación de sus misivas. Esto nos da una visión de su visión del mundo, de su entender, de la deformidad de la apreciación de la realidad con su enfermedad final, de su proceso creativo. Resulta encantador, al menos para mi, entender ese proceso ajeno, esa búsqueda, o ese encuentro, de eventos que utilizará el escritor posteriormente. ¿Qué situaciones tomamos de la realidad? Ahí hay un abismo, la gran diferencia entre los escritores; unos escogerían los eventos sublimes, bellos, inolvidables por encantadores... Otros, lo contrario. Para Colina Negra, Chatwin tomó un evento grotesco, pero revelador de cierta condición humana. De eso se trata, de hurgar entre la basura para mejor entendernos.

De eso se trata.

Generalmente tapamos lo desagradable del medio, lo que nos hiere, lo que nos causa dolor, asco, lo que nos muestra a los animales que llevamos dentro.